Se murió el fútbol. Un 25 de noviembre. Echaba a andar el día en Argentina cuando Maradona cerró los ojos para siempre y una ola de tristeza recorrió el planeta en un suspiro. Diego había muerto a los sesenta años, poco después de celebrar su cumpleaños y cuando se cumplían unas semanas de la operación que le hicieron para solucionar un coágulo que se le había formado en el cerebro. Todo había salido bien proclamaron los médicos, un capítulo más de ese intermitente viaje a los infiernos que Maradona protagonizaba desde hace demasiado tiempo. Murió el niño de Villa Fiorito, el que se crió en la miseria, el que a los dieciséis años se convirtió en la esperanza de un país llamado Argentina, el que hizo fortuna, el que no pudo triunfar en Barcelona, el que engrandeció Nápoles hasta apoderarse del corazón de la ciudad, el que bailó como un ángel en México en 1986, el mejor de siempre.

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El paso de Maradona por Vigo Cameselle / Ricardo Grobas

La muerte prematura de Maradona, el triste y esperado epílogo de una vida casi imposible, en la que el ser humano no supo sostener el peso del futbolista convertido en dios, es la noticia deportiva más importante de un 2020 que ha sido una despedida permanente. Con la mayoría de las competiciones detenidas por la pandemia y los deportistas reajustando sus calendarios y tratando de llevar una profesión sin algo tan sagrado como el placer de competir, las principales noticias han llegado precisamente por culpa de las noticias trágicas. Ya estaba siendo un año difícil cuando a finales de noviembre se supo que Maradona había muerto en Buenos Aires. El impacto en Argentina resultó gigantesco, pero lo mismo sucedió en Nápoles y en cualquier esquina del mundo donde los aficionados a quienes contribuyó a hacer felices sintieron la pérdida como algo muy suyo. Su entierro fue una mezcla de fervor popular y de descontrol, un perfecto reflejo de lo que había sido su vida. El velatorio se interrumpió para evitar que las autoridades perdieran el control de la situación y el entierro se adelantó un par de días por el mismo motivo. No pasa un día en que el mundo no llore su ausencia.

El astro argentino con la Copa del Mundo

Pero no fue la suya la única pérdida impactante del año en materia deportiva. Unos meses antes, cuando el año aún no había despedido enero, el día 26, murió de forma trágica Kobe Bryant. El fallecimiento de la estrella de la NBA causó una profunda conmoción a nivel mundial, por la trascendencia del deportista y por la forma en que se produjo. Un accidente de helicóptero acabó a los 41 años con la vida de esta leyenda de la NBA, campeonato que ganó en cinco ocasiones con Los Ángeles Lakers. 18 veces All-Star, la lista de premios obtenidos por Kobe durante su carrera es casi interminable. Su traumática y repentina muerte, en un accidente donde también fallecieron otras ocho personas, entre ellas una de las hijas del jugador, dejó en estado de shock al mundo del baloncesto y en especial a la NBA, que ha seguido recordando su figura desde entonces.

La tristeza del adiós se ha adueñado de forma casi exclusiva del deporte que ha despedida figuras y personajes relevantes. Son los casos de Michael Robinson, víctima de un cáncer a los 61 años; la misma enfermedad que acabó con Paolo Rossi, la gran estrella de aquel Mundial de 1982 en el que Italia comenzó en Vigo a escribir uno de los grandes episodios de su historia. Junto a ellos conviene recordar a Juan de Dios Román, el hombre que cambió la historia del balonmano en España y profundamente vinculado a Galicia; Radomir Antic, el técnico del doblete en el Atlético y otro de los muchos que entrenaron al Celta en su etapa reciente; Jordi Llopart, Ray Clemence, Nobby Stiles, Norman Hunter, Jackie Charlton, Rafer Johnson... incluso el deporte ha sido noticia durante 2020 por sus lágrimas, por la inmensa tristeza que deja detrás de él.

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La vida de Maradona, en imágenes