El Celta ha convertido en una peligrosa costumbre vivir al límite, jugando sobre un alambre que se tambalea caprichoso mientras el club hace enormes esfuerzos por no caer al precipicio de la Segunda División. El equipo vigués arrancó 2020 peleando por escapar del descenso y así se ha pasado doce meses. Sólo las últimas semanas, tras encadenar una serie de victorias, ha podido respirar con algo de serenidad. No pudo hacerlo durante el resto del año, angustiado, sumido en una crisis deportiva permanente y resuelta en una estrafalaria última jornada de Liga en Cornellá donde estuvo a un paso de estrellarse cuando parecía tener todo en la mano.
El déficit del Celta, tan estable en otras parcelas, ha vuelto a ser el plano deportivo. En enero el equipo estaba en manos de Óscar García, el técnico que unos meses antes había sucedido a Fran Escribá con la idea de reflotar un equipo que llevaba demasiado tiempo alejado de la zona tranquila de la clasificación y enzarzado hasta el último día en la pelea por la permanencia. Tras la llegada de los refuerzos invernales (Murillo, Smolov y Bradaric) el equipo pareció resurgir mínimamente. Por un momento flotó en el ambiente una corriente optimista aunque la amenaza seguía acechando. Llegó el parón por culpa del Covid y la Liga se preparó a comienzos de verano para una resolución exprés de la campaña. Diez partidos en apenas seis semanas. Los de Óscar comenzaron con buen pie y parecieron tocar tierra tras meses dando agónicas brazadas en el océano. Pero llegó la derrota en Mallorca y el equipo volvió a entrar en barrena. Una situación complicada con la plantilla sumida en una terrible crisis de confianza y los rivales apretando sin desmayo. El Celta se vio en mitad de arenas movedizas sin tener la menor idea de cómo salir de allí. Así llegó a la última jornada en al que visitaba al descendido Espanyol mientras el Leganés, su rival directo recibía al Real Madrid. Todo estaba en su mano. Pero en una tarde inexplicable, con los jugadores agarrotados por el miedo, el equipo de Óscar se quedó a un metro del descalabro. No pasó del empate y el Leganés rozó el triunfo en el último minuto, pero no lo logró, lo que permitió la salvación de los vigueses.
Llegó el verano, la crisis del Covid mermó los movimientos del mercado y el club hizo menos movimientos de los que cabría esperar, de los que tenía previstos y el entrenador reclamaba. Se abrieron otros problemas como la convivencia de Óscar con el club y con una parte del vestuario como se puso de manifiesto en la crisis generada con la capitanía de Hugo Mallo. Tras un comienzo esperanzador de la nueva temporada llegaron las derrrotas y las sensaciones fatalistas de otros momentos. Oscar empezó a abusar del uso de los chicos de la cantera y el club comenzó a buscar alternativas. La encontró en Eduardo Coudet que a finales de noviembre se convirtió en el entrenador del Celta. Le dio la vuelta al equipo por completo en unas semanas, llegaron las victorias y las sensaciones agradables de otro tiempo. Y así despide el año el Celta, viendo que el alambre sobre el que le gusta bailar parece estabilizarse.