Faro de Vigo

De la sal a “Capetón”

La pesca gallega, con el corazón en Vigo, ha transitado desde los elementales barcos de madera al bou y de ramperos a congeladores de última generación. Alumbrando una industria global en continua transición

Lara Graña
Lara Graña Firmas
Firmas

Para encontrar un punto de partida en la evolución imparable del sector pesquero gallego hay que viajar a finales del siglo XVIII, con la habilitación del puerto de Vigo para el libre comercio con América. Para entender hasta qué punto esta actividad ha penetrado en las entrañas de este país están las viejas canciones, los refranes, los muelles, los recuerdos en salas de estar –aquellos bustos y animales de caoba traídos desde Namibia o Sudáfrica– y los barcos de última generación. Casi siempre a contracorriente, economía y sociedad civil no han dado nunca la espalda a la mar, a lo que continúa aportando y pese a lo que ha quitado tantas veces.

Nesta fábrica Massó me estou deixando a vida / mira, mira Maruxiña, mira, mira como veño eu. De tanto empacar sardiña, teño as mansiñas perdidas / mira, mira Maruxiña, mira, mira como veño eu.

Para cuando FARO DE VIGO salió por primera vez a la calle, el anquilosado sistema de reclutamiento de matrícula de mar estaba próximo a su fin, lo mismo que el control por parte del Estado de la venta de sal. Se introduce la técnica de Nicolás Appert para la conservación del pescado –germen de las actuales latas– y empieza la revolución. Hay más demanda en fresco y fabril y esto fuerza una mejora de las técnicas de pesca y de los buques, que empiezan a adentrarse cada vez más mar adentro. La costa, la de las ardoras, se queda pequeña; los remos serían reemplazados por las calderas de carbón, primero, y por los motores de gasoil, después. Si en 1908 había en Vigo una docena de factorías de conserva, solo dos años después se alcanzaron las 40, nutridas con las capturas de casi un centenar de vapores y 1.012 buques de artes menores. El ecosistema se convierte en industria con esta primera transformación enlatada, comercialización y armadoras más allá de la plataforma continental.

Empieza la actividad de gran altura. Con buques como el Melitón D. Domínguez, el precursor en 1925 en la impía Terranova, armado por los hermanos Melitón Macaya. O los malogrados Sálvora y Faro de Ons, torpedeados por un submarino alemán a mandos del capitán Hans Jenisch en 1940. La II Guerra Mundial se peleaba con las escarpadas olas de Gran Sol, a ver quién causaba más terror: los vapores Luis Puebla y Nueva Luisa, ambos ensamblados en Vigo –Barreras y Cardama, respectivamente– se hicieron añicos al tropezar con sendas minas, cerca de suelo irlandés, en la misma década de los 40. Faltan muchas mareas para llegar a la fecha de constitución de Pereira, Pescapuerta o Pescanova, pero Vigo ya tiene, en este momento, Sociedad Anónima Eduardo Vieira (SAEV) y Casa MAR. La primera todavía la mantiene; la segunda (Motopesqueros de Altura Reunidos, 1939, impulsada por Javier Sensat Curbera y Carlos Gómez Pazos), que llegó a gestionar más de un centenar de buques y 2.400 empleados, fue arrastrada al adiós a mediados de los noventa.

Pescantinas y comercializadoras en el muelle de O Berbés. / Magar

En este recorrido fugaz por un sector tan particular, cualquiera que sea el momento en que se tome una foto fija, aflora la misma huella: resiliencia. No es cierto que el Lemos hubiese sido el primer buque congelador del mundo –es un honor que corresponde al Fairtry, construido en Aberdeen en 1953 para Fresh Frozen Foods–, pero sí que la industria gallega lideró la expansión global por todos los mares del mundo. Del Sáhara a Namibia, de Uruguay a Capetón (Cape Town), de Mar del Plata a Boston. Testigo de la eclosión de brillantes innovaciones a bordo y en comercialización pero también de fenómenos como el Apartheid. “En Ciudad del Cabo –escribía Juan Ramón Díaz en FARO en 1965– la discriminación es tajante, a los blancos no se les permite hablar con las mujeres negras”. Del desarollo de los ramperos congeladores, los buques factoría, los aparejos de nylon.

Manifestación contra el apresamiento del arrastrero “Estai” en Canadá. / Ricardo Grobas

Manifestación contra el apresamiento del arrastrero “Estai” en Canadá. / Ricardo Grobas

De las tensiones geopolíticas cuando, ya a mediados de los 70, algunos países ribereños –Estados Unidos, Canadá– empezaron a extender su jurisdicción hasta las 200 millas mar adentro. Naciones Unidas institucionalizó la regulación global de acceso a los caladeros en 1982, con múltiples armadoras apalancadas para la construcción de modernos barcos congeladores. Solo las más fuertes –el respaldo de la entonces Caixanova fue determinante– resistieron este nuevo envite. Uno más, porque vendrían después las expulsiones del caladero de Namibia, la necesidad de forjar empresas mixtas en terceros países o conflictos como el del Estai. Otro superviviente, por cierto, activo a día de hoy con este mismo nombre –tras haber portado Puente Real o Argos Galicia en el casco– con Walvis Bay como puerto base. Y, desde luego, con la onda expansiva de la adhesión de España a la (entonces) Comunidad Económica Europea y el punto y final a la llamada flota de los 300. Que eran más, en realidad, con 460 embarcaciones registradas de pabellón español en Gran Sol en 1981.

Factoría de Profand en Vilagarcía, en las líneas de limpieza de pulpo.

La flexibilidad del sector resiste hasta día de hoy, con sagas también como la de los Molares, Touza, Gandón, Pesquerías Marinenses (Pesmar), Pesquerías Nores o Rampesca. Y, además, con operadoras emergidas hace cuatro décadas que han agitado por completo el mercado con proyectos disruptivos como el de Grupo Iberconsa –primera en pasar a manos de un private equity, por partida doble– o Mascato. Con las jovencísimas Grupo Profand (2011) o Worldwide Fishing Company (Wofco) al asalto de los mil y 500 millones de euros, respectivamente. Formando en suelo gallego un cardumen de empresas inimitable en todo el mundo: no existe un ecosistema semejante de compañías de pesca al que tiene Galicia, aderezado con la progresión de aquella industria que nació con la contribución de la burguesía catalana y con aquel sistema de cierres inventado por el pobre –murió en la ruina– francés Appert: la conserva. Frinsa del Noroeste, Jealsa Rianxeira, Escurís, Albo –ahora en manos chinas–, Connorsa o Calvo también han hecho que parezca fácil.

Sin serlo, con fracasos como el de Pescanova SA, que protagonizó en 2013 la mayor quiebra de una empresa no inmobiliaria de la historia de España y puso fin, de paso, al legado de los innovadores José Fernández López y Valentín Paz-Andrade.

También ahora son momentos complejos para la pesca. No es el primero. No será el último.

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