Faro de Vigo

El armario del mundo

Del lino en el siglo XVIII al gigante Inditex, pasando por la camisa antimanchas bautizada por Dalí y el bum de los modistos en los 80: Galicia lleva el textil en el ADN

Julio Pérez
Julio Pérez Firmas
Firmas

Bonnie Timmermann, la gran cazatalentos de Hollywood, dudó mucho antes de aceptar el salto de la gran a la pequeña pantalla. La descubridora de Sigourney Weaver, Mark Ruffalo, Liam Neeson, Melissa Leo, Laurence Fishburne, Bruce Willis, Kate Winslet o Natalie Portman, creía que no se le iba a dar bien la televisión. “Camino por la calle, cojo el metro, busco personas muy diferentes. Altos, bajos, gordos, flacos, negros, hispanos...”, respondió al director y productor Michael Mann, cuando le ofreció llevar el casting de Corrupción en Miami. “Para –le interrumpió él–. Esa es la razón por la que quiero que hagas esta serie”. 

Juntos rompieron las rígidas reglas de la ficción mostrando la realidad del multiculturalismo en las calles de la ciudad estadounidense. En los dos grandes protagonistas no había ni rastro de los viejos tópicos de la gabardina y el aspecto desaliñado para vestir a detectives y policías. Sonny Crockett y Ricardo Tubbs lucían trajes de lino y camisetas de tonos pastel, entre cinco y ocho diferentes cada episodio. Tardaron poquísimo en convertirse en iconos globales de estilo por obra y gracia de Adolfo Domínguez, el proveedor de vestuario. “Es la primera vez en la historia de la moda que la influencia de una serie afecta directamente al propio sistema de la moda”, apuntó el experto en creatividad Jim Moore desde las páginas del The New York Times

  • La campaña publicitaria “La arruga es bella”, el eslogan más famoso del textil en España con el que el modisto ourensano Adolfo Domínguez obró el milagro de tejer diseño y negocio conquistando el mundo

Eran los años 80. El diseñador ourensano catapultó por el mundo adelante el prestigio del made in Galicia. Su histórica campaña de “la arruga es bella” en colaboración con el publicista Luís Carballo rompió fronteras y puso la semilla del movimiento Galicia Moda. Se constituyó formalmente como asociación el 14 de marzo de 1985. Una larga nómina de talentosos creadores como el propio Domínguez, Roberto Verino, Antonio Pernas, Pili Carrera, Kina Fernández, Gene Cabaleiro, Caramelo, Florentino o María Mariño alumbraron la época dorada del sector en la comunidad.

Además de desfilar en las principales pasarelas, tenían la suya propia, los certámenes Luada; y una revista, a medio camino entre un catálogo para posibles compradores del resto de España y el extranjero y una publicación artística de tendencias, que servía de escaparate de la imagen de marca que querían proyectar. “No es casual ni queremos que suene a estridente, porque estamos seguros de que la moda gallega, de aspiraciones internacionales, va a poner a toda Galicia de moda”, proclamaba la editorial del número de estreno. Ambas iniciativas formaban parte del “Programa para el desarrollo del sector textil en Galicia”, la hoja de ruta acordada con la Xunta que aunó la apuesta por el diseño y el marketing para consolidar una actividad manufacturera de alto valor añadido.

“El objetivo comunicativo era trasladar al público la nueva imagen, en relación con el diseño, la moda y la calidad, de las marcas y productos gallegos”, recuerdan Natalia Quintas y Aurora García, profesoras de Comunicación y autoras de un análisis sobre el impacto de la revista y su contribución a la difusión de la identidad cultural gallega. “Con estas campañas se quería fomentar la demanda de los productos gallegos –resaltan– e incitar al consumidor final a introducirlo en sus hábitos de compra con el fin de que se identificase con las marcas de la región”.

Desfile de Florentino en uno de los Luada

Ese tren de la industrialización en la moda había pasado de largo mucho tiempo antes. Alrededor del lino, niño mimado de los cultivos en Galicia desde mediados del siglo XVIII a principios del XIX, nació una prometedora industria doméstica de tejidos que nutría ferias y mercados locales. “Economía de auxilio”, como relata el catedrático Xoán Carmona Badía en sus estudios sobre el sector. No fue a más porque faltó la inversión de la burguesía comercial y la innovación para ganar escala y especializarse. Aquí nunca se dejó de usar el huso y la rueca para hilar. Otras regiones lenceras de Europa dieron el salto. El caso de Cataluña. Su industria algodonera ganó músculo al calor del proteccionismo arancelario de todos los gobiernos que se sucedieron durante esa etapa. Curiosamente, la esperada apertura de las comunicaciones ferroviarias de Galicia con el centro de la Península a partir de 1885 sirvió para facilitar la expansión de la producción de las fábricas catalanas, condenando el trabajo de los campesinos gallegos con el lino a la extinción.

A diferencia de la rama textil, centrada en el hilado y los tejidos, la confección sí logró con el tiempo ser relevante en Galicia. Tanto, que el Museo del Traje acaba de dedicar una de sus exposiciones temporales al principal exponente de la tradición costurera en la comunidad, Confecciones Regojo, y particularmente, a su famosa Camisa Dalí que dejó con la boca abierta a los asistentes al III Salón Nacional de la Confección celebrado en Barcelona en 1963.

El pintor fetiche del surrealismo fue “la imagen reconocible y moderna que simbolizó la calidad e innovación que aportaba esta camisa masculina”, promocionada por el ahorro de tiempo en el planchado y sus propiedades antimanchas. “Genial, como su nombre”, rezaba la cartelería publicitaria. Con ella se exploraron nuevas formas, siluetas y estampados acordes a las demandas de las nuevas generaciones. “Se trata de uno de los primeros fenómenos de moda masculina de masas, ejemplo de un merchandising moderno y funcional como elemento de difusión de marca y moda”, destacan los comisarios de la muestra.

La firma redondelana llegó a ser la tercera en volumen de negocio en su especialidad en todo el país y superó los 5.000 trabajadores. Como otras muchas empresas similares, Regojo sucumbió a la reestructuración industrial en la confección de ropa a finales de los años setenta y los ochenta. Justo cuando los modistos de Galicia Moda reinventaron el sector. Tomaron el relevo con estructuras más flexibles que sus predecesores, operando con talleres propios y con subcontratas en la tupida red de cientos de talleres, muchos de ellos nacidos en régimen de cooperativa con ayudas públicas, que brotó por casi toda la región. En aquel momento era raro no conocer a alguna mujer que cosiera para las grandes firmas de la moda gallega, muchas veces una fuente de ingresos extra en los hogares como sucedió en la etapa del bum del lino.

La entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 y la progresiva desaparición de los aranceles a sus exportaciones provocó otra sacudida a la deslocalización del textil gallego, que ya había desviado a Portugal buena parte de sus encargos para aprovechar la modernización de la industria de la ropa del norte luso y sus menores salarios. Fue una sentencia de muerte para los talleres locales. Casi cada día saltaba la noticia de la quiebra de una empresa de confección en Galicia. A pesar de la pérdida del músculo industrial, el sector aporta junto a la división del calzado alrededor del 6% del Producto Interior Bruto (PIB) autonómico. Reúne a 1.100 empresas y 10.200 puestos de trabajo directos. Su producción alcanzó los 1.600 millones de euros en 2022, la inmensa mayoría procedente de la rama de la confección –1.365 millones, casi la mitad de la actividad en España–; y las ventas de prendas a otros países rebasaron los 6.100 millones.

Un diseñador con un modelo de chaqueta en las oficinas de Inditex.

Un diseñador con un modelo de chaqueta en las oficinas de Inditex.

La moda gallega conserva la esencia de la “marca país” labrada por los creadores de los 80. Ahí siguen en pie, éxitos en el siempre difícil relevo a la segunda y tercer generación, Adolfo Domínguez, Jealfer, Montoto, Florentino o Roberto Verino; nuevas firmas como Sociedad Textil Lonia (fabricantes y comercializadores de Purificación García y Carolina Herrera), fundada por los hermanos Jesús, Javier y Josefina Domínguez; Bimba y Lola, la más joven de las enseñas globales de la moda gallega en manos de otra saga de los Domínguez, las empresarias María y Uxía Domínguez; y el todopoderoso Inditex, el gigante mundial de la moda que Amancio Ortega y su primera esposa, Rosalía Mera, levantaron a partir de un taller de batas.

El grupo que abandera Zara atraviesa una doble transición. La de la gestión, tras la entrada de Marta Ortega, la benjamina del máximo accionista, en la presidencia el 1 de abril de 2022; y la del negocio. La compañía que se hizo grande democratizando el consumo de ropa de tendencia –opera con 5.815 tiendas, las venta en su último primer semestre fiscal rebasaron los 16.800 millones y ganó 2.500 millones, su enésimo récord– quiere convertirse en una marca de culto alejada del fast fashion y faro de la sostenibilidad. 

stats