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Réquiem por un hombre tranquilo

Hoy llega a las pantallas "Lucky", la última película del actor Harry Dean Stanton, fallecido el pasado 15 de septiembre a los 91 años.El inolvidable Travis de "París, Texas" borda un papel hecho a su medida

David Lynch y Stanton, en una imagen de la película. // Stefania Rosini

Seguro que muchos actores firmarían por cruzar la barrera de los 90 y que un director les ofreciera una película que no existiría sin ellos. Y que su último trabajo fuera más allá del oficio interpretativo para convertirse en un legado. Un resumen preciso e insuperable de un estilo singular. Harry Dean Stanton murió tan discretamente como vivió. Lucky es una confortable, inteligente, sensible y honesta película, pero lo que la hace memorable es el trabajo de su protagonista, bien arropado por un puñado de secundarios que le dan réplica sin desentonar. Incluso David Lynch está bien. Y James Garren y Tom Skerrit lo bordan.

La historia no es original ni lo pretende: un hombre apegado a sus rutinas diarias como forma de supervivencia. Como la tortuga fugitiva que aparece al principio y al final con esa lentitud de movimientos que les garantizan una larga vida, Lucky se lo toma todo con calma y sin salirse nunca de una agenda pausada y repetitiva: ejercicios por la mañana, pitillo va y pitillo viene, su café, sus canciones mexicanas, sus meticulosos hábitos de higiene, su programa de televisión, su crucigrama, sus charlas con la misma gente en un bucle vital con el que se siente cómodo.

Sin creencias religiosas ni necesidades afectivas que vayan más allá del aprecio o la simpatía por algunos de los vecinos con los que se encuentra al borde de la barra o en la tienda de la esquina. Dar patadas a una lata en la acera es casi una aventura. Qué diablos: es una aventura.

Y entonces se da cuenta de que este cuento se va acabar pronto. Un achaque, un diagnóstico médico, un paso más hacia la nada. Una noticia mala se acepta mejor si te dan una piruleta y la chupas como un niño feliz. No es que le entre miedo de repente, pero quizá le fastidie irse solo de este mundo. Completamente solo. No es hombre sociable pero tampoco es un anacoreta del desierto. Incluso se anima a cantar "Volver, volver" en el cumpleaños de un niño mexicano y puede mantener conversaciones cargadas de intensidad porque solo hay algo peor que un silencio incómodo y es una charla sin valor. A veces, se enfureve. Quizá no tenga convicciones ya pero le sobra dignidad.

Recordemos la otra interpretación de Harry Dean Stanton por la que será recordado: Travis en "París, Texas". Desierto, soledad, una búsqueda. Travis se desplomaba.

"No tengo miedo a la altura, tengo miedo a caerme". La frase encaja como un sombrero gastado por el uso a Lucky. La película podría verse, y, de hecho, debería verse, como una secuela largamente aplazada. ¿Qué fue de Travis? Aquí lo tenéis, con sus piernas huesudas, sus calzoncillos osados, su rostro cadavérico, su mirada llena de ausencias, vacíos y silencios. Ya no hay búsqueda que valga (la pena), ni encuentros reveladores e íntimos con un cristal con ínfulas de espejo. Solo hay una vida agotada. Sin grandes mensajes ni fondos donde rastrear sentidos a la vida. El guión y la dirección se ajustan admirablemente a esa expresividad máxima de un gigante que hizo del realismo absoluto un camino para transitar por la ficción. Dejémoslo solo, encogido bajo las sábanas tras un pitillo más mientras suena la voz desgarrada de Johnny Cash cantando "I see the darkness".

Pelos de punta. Adiós, Harry. Fue una suerte conocerte.

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