"Hay otros mundos, pero están en este", decía Éluard, una máxima que parece guiar los pasos de Nobuhiro Suwa, seducido por la música del azar, el juego de la interacción. Sus películas crecen como entes con vida propia una vez sembrada la semilla en el sustrato correcto y regada en abundancia. Esta vez el retratista de la intimidad se ha dejado seducir por la luz del Mediterráneo y ha logrado incluso que el agua y el aceite se mezclen: la fantasía y la realidad, la infancia y la promesa de futuro y la vejez y los recuerdos del pasado. Hasta ha sido capaz de transformar la muerte en vida, un milagro en el que le asistió un grandísimo Jean-Pierre Léaud que, como un león, devora la película.
La muerte os sienta tan bien