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El museo entra en el cómic

Las exposiciones de un arte narrativo como el cómic encuentran diversas dificultades, que las muestras se ufanan en sortear. Sin embargo, no es difícil que el noveno arte aborde lo museístico o lo museado como un tema, y así sucede cada vez más

Montesol, ante su obra "Idilio".

Como comisario de exposiciones relacionadas con la historieta se debe atender a la necesidad de respetar un concepto: el cómic es el libro publicado. Toda exposición de originales debe entenderse como muestrario de procesos que culminan en un producto de reproducción industrial, masivo. Algo ajeno a la cualidad de objeto único del arte digamos tradicional (pintura, escultura?). Una solución, a veces es pertinente, pasa por presentar los propios libros a los que pertenecen los originales expuestos. Otra puede ser entender la significancia plástica de esos originales, crearles un discurso y exponerlo..

Sin embargo el cómic, en tanto que narración, una forma de contar historias (a través de imágenes dibujadas), es un medio con el que perfectamente se puede atender a un museo, a sus entrañas o a un autor expuesto en sus salas. Se pueden contar los entresijos de un centro museístico del mismo modo que existen ficciones sobre centros de salud, o se puede recrear la vida de un pintor a partir de una exposición temporal a la que se aporta ese cómic como un lustroso extra. Y resulta que cada vez es más frecuente el maridaje cómic/museo. De hecho, el Museo del Prado ya dispone de una línea de ediciones en cómic con unos pocos títulos., y el Thyssen - Bornemisza ha promovido el cómic también.

De ambos casos hablamos en este texto, porque hay dos obras recientes, promovidas por ambos centros. Obras, además, que ofrecen bastante interés en sí mismas. Es fácil caer en lo plano desde una plataforma de prestigio como es "el cómic editado por el museo", y ello sería una trampa. El medio no sostiene por sí mismo al cómic producido. No se es mejor cómic por provenir del Prado o de una muestra temporal de obra de El Bosco. Lo interesante es asistir a obras resueltas con tino, con inteligencia y talento, para un encargo museístico. Obras que no se ciegan por el supuesto oropel sino que vienen a demostrar la categoría del medio y la capacidad de la historieta para abordar cualquier tema.

Tenemos muy recientes dos ejemplos: "Idilio" de Montesol para el Museo del Prado, y "Museomaquia" de Santiago García y David Sánchez conmemorando el 25 aniversario del Tyssen Borzemisia. El Tyssen ya había invitado a publicar a Álvaro Ortiz ("Dos holandeses en Nápoles") con motivo de una exposición de Caravaggio. El Museo del Prado ha publicado "El tríptico de los encantados (una pantomima bosquiana)" de Max en 2016 y "El perdón y la furia" de los autores Antonio Altarriba y Keko, con motivo de la figura de José de Ribera, el Españoleto. Este último de 2017, y en el mismo año, tenemos que celebrar el cómic de Montesol.

Lo que une a los tres trabajos del Museo del Prado (y a los demás, en el fondo) es la clara voluntad autoral. Max persevera en su universo para acercarse a los de El Bosco. Keko y Altarriba parecen cada vez más compenetrados (juntos ya abordaron el arte y la locura en su celebrado "Yo, asesino" editado por Norma en 2014). Y Montesol lleva las inspiradas acuarelas y bocetos preparatorios de Mariano Fortuny a su obra, a su propia expresividad plástica, un universo acuarelado y de acabado borroso que se imbrica con un relato de recuerdos de juventud, en los que la figura del pintor se cruzará, en lo argumenal, de un modo tangencial. Pero que está presente como sombra ineludible en casi cada viñeta (en algunas se llega incluso al mimetismo entre la referencia y el original). El trabajo de Montesol es impecable, el trabajo de un autor clásico curtido en aventuras ochenteras, en revistas como "Cairo", "El Víbora" o la que él mismo cofundó, "Star", icono contracultural del tardofranquismo.

Ahora vuelve (ya había retornado a las viñetas con "Speak Low" en 2012) con una carta de amor pictórico hacia Fortuny con motivo de la exposición "Mariano Fortuny (1838-1874)", que podrá verse en el Museo del Prado del 21 de noviembre de 2017 al 18 de marzo de 2018. Lo hace con un trabajo sensible y vital que ponen a Montesol en primer plano nuevamente.

Museomaquia

"Museomaquia" (editado por Astiberri) camina por un sendero muy distinto. Aquí no se trata de llevar un influjo a lo personal, enarbolando recuerdos vitales, sino de arrastrar personajes e iconos agazapados en el Thyssen - Bornemisza a una narración con planteamiento, nudo y desenlace. O sin planteamiento, nudo o desenlaces lógicos. "Museomaquia" resulta un artefaacto algo disparatado y destinado al fracaso en muchas manos, pero no en las de dos autores tan solventes, concienzudos y al tiempo atrevidos como García y Sánchez. Podría decirse que el primero aporta con su guión lo cabal, mientras que el dibujante (autor que por primera vez aquí trabaja sobre guiones ajenos, por cierto) aporta una suspensión de realidad quirúrgica, muy cercana a sus universos sórdidos pero macerados en un humor sutil, muy García? en definitiva, una simbiosis interesantísima para un cómic que, además, es una incitación difícil de resistir a perderse por los fondos del museo, reconocer los personajes, lugares, plantas que aparecen en el cómic. Un cómic que, siendo un trabajo de encargo y que no rivaliza con "Las meninas" o con "1.000.000 de años", dos cumbres, sí supone un valiente ejercicio de sampladelia iconográfica.

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