El pequeño milagro cinematográfico que fue Loreak (una mínima historia de máxima intensidad con un lenguaje visual arriesgado en su desarmante sencillez) da paso en Handia a un producto más ambicioso no solo en cuanto a la historia se refiere sino también por su empaque de producción y las hechuras estéticas. El gigante de Altzo, un guipuzcoano de aldea del siglo XIX de 2,42 metros de altura que fue utilizado como una atracción de feria (un hombre elefante, un freak) es una figura muy interesante que la película utiliza para regalar una mirada detallista a la época y el floclore de la época, sin descuidar las alusiones a la primera guerra carlista con algún chispazo bélico y, sobre todo, abundantes alfileres alegóricos que, en cierto modo, recuerdan de lejos al Spielberg de Mi amigo el gigante, no sólo por ese toque visual de cuento infantil que tiene la película sino, también por su mirada a a las relaciones familiares y la defensa de los seres distintos que rompen esquemas y techos.
La intensidad de la relación compleja entre los hermanos, los pequeños brotes de poesía, las gotas de humor que alivian el drama y, sobre todo, el talento de los creadores para hacer creíbles y cercanos a los personajes hace de Handia una película que, sin alcanzar la calidez desasosegante de Loriak, propone un espacio poco transitado por la cinematografía española: se puede contar nuestra historia sin cartón piedra, sin fanfarrias ni simplezas. Una atractiva película que invita al espectador a un viaje conmovedor.
