Puede que haya notado los productos de consumo duran cada vez menos. Los móviles dejan de funcionar a los pocos meses de comprarlos, los ordenadores se vuelven lentísimos de repente y la ropa se desgasta tras unos cuantos lavados. Aunque muchos habrán sufrido alguna vez este inconveniente son pocos los que conocen el porqué de este agotamiento prematuro. En ocasiones los fallos de los artículos no son defectos aislados, sino la consecuencia de la voluntad del fabricante, que diseña sus mercancías con la clara intención de acortar su vida útil.

A la técnica de fijar el tiempo de vida que tendrá un producto se la conoce como obsolescencia programada. Ésta se puede conseguir introduciendo algún dispositivo en el aparato para el que se fija un rendimiento de una determinada cantidad de horas o de emisiones (como las de una impresora, por ejemplo).

Los fallos en las baterías son los más frecuentes. Desde una tienda de informática confirman que la vida útil de la batería de un ordenador portátil que se usa diariamente es de unos ocho meses. A partir de ahí es probable que el portátil sólo vaya poco a poco disminuyendo el tiempo que aguanta encendido.

Como las baterías sólo tienen una garantía de seis meses el que quiera utilizar su portátil sin restricciones tendrá que abonar el importe de un cargador nuevo, que está entre los 55 y los 65 euros.

Controlar la vida útil de un artículo también se puede hacer de una forma sencilla: utilizando materiales baratos que se desgasten rápido. O subiendo el precio de las reparaciones hasta tal punto que sea siempre más rentable renovar el producto averiado.

Un ejemplo claro de esto último lo da el popular iPod de Apple. Tras consultar con el servicio técnico de una tienda de la compañía lo que costaría reparar la batería de este reproductor de música se llega a la conclusión que es más rentable comprar un aparato nuevo. El arreglo costaría unos 100 euros ya que hay que sustituir el aparato porque es imposible desmontar la batería del iPod. Eso sí, desde la tienda advirtieron que el nuevo reproductor sólo tendría tres meses de garantía, por lo que recomendaban tirar el viejo y comprar uno nuevo. Los modelos más baratos cuestan entre 49 y 159 euros.

Sea cual sea el método que se utilice el objetivo final de esta práctica empresarial es que la demanda del producto se mantenga siempre estable, y por lo tanto, que la producción y los beneficios de la empresa nunca caigan.

La obsolescencia programada también es una cuestión de publicidad. En la sociedad de consumo el hábito de comprar se hace tan necesario que productos que funcionan perfectamente son desechados como anticuados en cuanto cambian las modas. Los fabricantes también se afanan en introducir constantes cambios en los productos para sacar nuevos modelos y dejar obsoletos los antiguos.

Los televisores, por ejemplo, han sufrido múltiples variaciones en los últimos años. Al principio la gran novedad eran las televisiones de plasma, posteriormente se dijo que además de hacer ruido eran malas y que se debían sustituir por las pantallas LCD. Ahora, apenas cinco años después, son LCD LED.

Por otro lado, el TDT empezó siendo un aparato que todos tuvimos que comprarnos para evolucionar desde el analógico con incentivos incluso del Estado. Luego hubo que sustituirlo por el TDT integrado en la televisión, pero éste resultó no ser de alta definición por lo que, aunque la televisión fuera Alta Definición y el canal de TDT emitiera en esta calidad, no podíamos disfrutar del nuevo formato. La solución pasaba por cambiar el televisor por uno que llevara integrado el TDT de Alta Definición o por comprar un nuevo aparato TDT, ahora sí, de Alta Definición.

El término de obsolescencia programada se está popularizando poco a poco gracias a documentales como 'Comprar, tirar, comprar', dirigido por la alemana Cosima Dannoritzer y coproducido por Televisión Española. La producción ha generado debate en Internet y explica cómo funciona la técnica y qué consecuencias tiene en la sociedad de consumo.

La obsolescencia programada no sólo afecta al consumidor, también es una amenaza para el medio ambiente. Naciones Unidas estimaba en un informe de 2005 que se producen entre 20 y 50 millones de toneladas de residuos electrónicos.