Con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, Fernando Santander analizó los riesgos a los que se enfrentan los adolescentes y avanza las diferencias entre el apoyo o tutela a los afectados y el paternalismo a la hora de enfrentarse a la enfermedad.

-¿Cómo influyen las redes sociales en la salud mental?

-La tutela es una figura jurídica que está hecha para que las personas que en un momento determinado no están preparadas para gobernar su vida, tengan a alguien que les apoyen. Las cosas están cambiando bastante en este sentido, a raíz de un convenio de derechos humanos de la discapacidad que se firmó en 2006. La ideología de la ONU es que el mejor modo de proteger a este colectivo es ayudarle a que sus discapacidades sean menores. Esto se entiende bien con el ejemplo de las barreras arquitectónicas. En el campo de la salud mental se trata de no dar por sentado que por tener una enfermedad mental ya está uno incapacitado.

-¿Qué es la tutela en el campo de la salud mental ?

-La tutela es una figura jurídica que está hecha para que las personas que en un momento determinado no están preparadas para gobernar su vida, tengan a alguien que les apoyen. Las cosas están cambiando bastante en este sentido, a raíz de un convenio de derechos humanos de la discapacidad que se firmó en 2006. La ideología de la ONU es que el mejor modo de proteger a este colectivo es ayudarle a que sus discapacidades sean menores. Esto se entiende bien con el ejemplo de las barreras arquitectónicas. En el campo de la salud mental se trata de no dar por sentado que por tener una enfermedad mental ya está uno incapacitado.

-¿Hemos evolucionado entonces?

-Yo creo que sí. Si hace unos años el postulado de la psiquiatría internacional era sacar a las personas del manicomio y atenderlas en la comunidad, ahora el objetivo es incorporarlos en la normalidad de la sociedad. Es verdad que los puestos de trabajo protegidos escasean, pero hay que entender que estamos en un momento en el que el empleo en general escasea. Pero al menos el modo de pensar de la sociedad es que no se puede dejar en la estacada a nadie. Las personas discapacitadas han sido durante años las grandes marginadas y olvidadas de la sociedad.

-Ahora se insiste mucho en la terminología...

-Afortunadamente la palabra loco ya no se utiliza. El problema del lenguaje es que, con el paso del tiempo, ciertas palabras como idiota, imbécil o retrasado acaban adquiriendo una carga peyorativa. Desgraciadamente la actitud no es siempre todo lo respetuosa que debería ser. El mito de la violencia asociada a la enfermedad mental es eso: un mito. La violencia que ejercen estas personas es muy escasa. Eso sí, cuando la hay es un poco exagerada e incompresible -toda lo es-. En general, estas personas son más víctimas que agresores.

-Muchas veces asociamos al asesino con la enfermedad mental.

-La maldad existe y los malos malotes casi nunca son enfermos mentales. Tienen otros intereses. Una de las batallas que tenemos ahora es recuperar la dignidad de este colectivo. De todos modos, hay que tener en cuenta que el 25% de los seres humanos en algún momento de su vida, aunque sea de manera transitoria, sufren algún tipo de trastorno mental. Puede ser un período de ansiedad, una depresión... El 25%, insisto. Enfermedades como los trastornos de personalidad, la esquizofrenia o el trastorno bipolar son bastante frecuentes y están entre nosotros, no son rarezas de la naturaleza.

-¿Por qué se dan?

-Influye la carga genética. Pero entendida como que en el transcurso de la maduración hay alteraciones genéticas que hacen que podamos tener una cierta predisposición a sufrir enfermedades mentales. Y luego hay un aspecto muy importante que es el estrés y el apoyo social. Es decir, en ámbitos familiares donde hay una buena crianza es menos probable que una persona padezca a la larga una enfermedad mental. Las drogas son otro desencadenante y, a veces, grave. No es que origine enfermedad mental, pero sí dispara el riesgo. Sobre todo, a edades tempranas, que es cuando el cerebro está todavía en proceso de maduración.

-¿Los traumas infantiles pasan factura?

-Los seis primeros años de vida de un sujeto son capitales. Y si en ellos se dan situaciones traumáticas, dejan huella. A veces indelebles. Por eso, esa preocupación social sobre los malos tratos y el acoso escolar. Los niños que pasan por estas situaciones tardan mucho en recuperarse y eso poniendo los medios necesarios.