Levantarse, girar la cabeza, lavarse el pelo en la peluquería o limpiar el polvo de los estantes superiores puede suponer un drama para las personas que sufren vértigo. Algunos duran solo unos segundos, otros horas y, lo peor de todo, es que llegan sin previo aviso. Pero todos coinciden en que ese tiempo resulta interminable porque es una de las peores sensaciones de su vida, más incapacitante y agobiante que el dolor más fuerte que conocen.

Hasta hace pocos años muchas personas pensaban que el vértigo no tenía curación, que era algo que tenían que aguantar lo mejor que pudieran. De esta forma, aún hoy llegan muchos pacientes a las consultas del otorrino que llevan varios años soportando esta terrible sensación. Sin embargo, los expertos aseguran que la mayoría de los vértigos tienen tratamiento. "La mayor parte responde bien a los fármacos y también hay otros tratamientos como la cirugía; a la primera sensación es bueno consultar con el médico", asegura Roberto Valdés, jefe del servicio de otorrinolaringología del Hospital Povisa de Vigo.

El médico insiste en que el vértigo no es una enfermedad. "El vértigo es un síntoma que tiene una prevalencia muy alta; a lo largo de su vida, el 75% de la población sufrirá algún episodio de vértigo, aunque la mayoría son de poca intensidad y desaparecen por sí mismos", explica Valdés. Pero no siempre se tiene tanta suerte. Hay vértigos que duran horas e incluso días y que se repiten regularmente. "Los que lo sufren llegan a decirnos que prefieren la muerte a seguir con ellos; es de las peores sensaciones que existen y es muy incapacitante", advierte.

Existen dos grandes tipos de vértigo: el vértigo periférico (que representa el 95% del total) y el central. La cinetosis, por su parte, es el conocido como miedo a las alturas, una sensación de vértigo que no es real, sino psicológica.

El vértigo periférico se debe a problemas en órganos que tienen que ver con el equilibrio, sobre todo del oído interno, aunque también cervicales o columna. "Son crisis súbitas de poca duración y que suelen ir acompañadas de manifestaciones auditivas como sordera y acúfenos (ruidos en la cabeza), así como sudoración, taquicardia, hipotensión y náuseas", describe el médico.

El oído interno es un órgano muy delicado que cuenta con unos conductos denominados canales semicirculares, que junto con otras dos estructuras, el sáculo y el utrículo, se encargan de transmitir al cerebro los datos sobre la posición del cuerpo en cada momento, es decir, el equilibrio dinámico. "Cuando hay un fallo en el vestíbulo se produce una sensación irreal de movimiento o de inestabilidad", apunta Valdés, que destaca como posibles causas de este daño desde procesos infecciosos como una otitis, hipertensión, diabetes y traumatismos.

Aunque los fármacos son útiles en muchos casos, en otras ocasiones es necesario ir un paso más adelante. "Hay tratamientos que consiguen que la señal anómala que el vestíbulo manda al cerebro desaparezca; se trata de dañar de forma controlada el vestíbulo bien con fármacos o bien con cirugía", explica. Así, cuando el oído interno ya está dañado, como ocurre en la enfermedad de Menier, la solución pasa por destruir lo que queda de oído mediante cirugía. "De esta forma se pone fin al vértigo; la persona queda con una pequeña inestabilidad que es asumible y que con rehabilitación permite al paciente tener una buena calidad de vida", indica Valdés. En los casos en los que no está dañado el oído la cirugía secciona el nervio vestibular para que deje de mandar señales al cerebro.

Dentro de los vértigos periféricos, el más habitual es el Vértigo posicional paroxístico benigno, pero también están la enfermedad de Menier y el Síndrome de Dehiscencia, que es una alteración del canal semicircular superior que produce vértigo, alteraciones auditivas, autofonía (eco de la propia voz) y el fenómeno de Tullio (vértigo cuando se exponen a un sonido intenso).

Por su parte, el vértigo central se produce por alteraciones del sistema nervioso. Suele ser continuo, dura días y no existen alteraciones auditivas. Es el menos común ya que solo representa el 5% del total.

Dentro de los vértigos de tipo periférico, el más frecuente es el Vértigo posicional paroxístico benigno (VPPB). Son sólo unos 30 segundos, pero 64 de cada 100.000 personas saben lo interminable que puede resultar ese corto espacio de tiempo.

Se debe a la alteración de uno o varios de los canales semicirculares que conforman el vestíbulo del oído interno. Así, con determinados movimientos de la cabeza, una serie de microcristales de carbonato de calcio se desplazan por los canales del oído interno originando las molestias típicas. "Este tipo de vértigo, aunque es muy habitual, no se suele diagnosticar mucho porque es muy autolimitado; desaparece pronto", advierte el otorrino Roberto Valdés.

Cuando sí se diagnostica correctamente tiene una sencilla solución que logra que los mareos y demás síntomas desaparezcan sin fármacos ni cirugía, solo con unos sencillos movimientos, una serie de maniobras de recolocación que llevan esos cristales hasta el utrículo y que se realizan en la propia consulta.

La más utilizada es la llamada "Maniobra de Epley".

"Los pacientes a veces se creen que es cosa de chamanes porque, siempre que sea realmente este tipo de vértigo, los resultados suelen ser espectaculares y la persona puede no volver a sufrir un vértigo", asegura el experto. A veces el vértigo vuelve a aparecer pero se puede volver a realizar la maniobra las veces que sea necesario.

El vértigo posicional paroxístico benigno lo sufren las mujeres dos veces más que los hombres, sobre todo a partir de los 50 años.