Si la elegancia es una actitud, en los viajes se detecta a la legua quienes la tienen de verdad y quienes simplemente hacen de ella una pose. Subirse a un avión, tren, barco o automóvil para desplazarse al destino de vacaciones puede resultar una experiencia agotadora que pierde rigor si se realiza en compañía de elementos prácticos, útiles y bonitos.

En los aviones, la piel se reseca, el cabello se descoloca, la ropa se arruga y los zapatos más cómodos del mundo terminan por apretar porque los pies y los tobillos se hinchan. Todas estas contrariedades no son excusa para llegar mal vestidos al aeropuerto, porque pocas cosas hay más horribles que ese disfraz de"viajero profesional" que incluye piezas tan poco favorecedoras como el chándal o la consabida bolsa colgada de la cintura. Unos simples pantalones de algodón con un corte sencillo son mucho más convenientes, y quedan ideales acompañados por una camisa de manga larga, que da juego a subir las mangas en caso de excesivo calor.

Abusar de bermudas y faldas cortas tampoco es apropiado ya que, además de que se acaba por sentir frío en los aviones, existen dificultades para sentarse sin causar mala impresión. Total, que las "maxi" siempre son preferibles y mucho más confortables. El secreto está en llevar piezas sencillas y vestirse con ropa cómoda, pero chic a la vez.

Los tacones incómodos y la ropa muy ceñida engrosan la lista de prendas prohibidas. Unas coquetas bailarinas o unas sandalias planas, que estarán más de moda que nunca este verano, son opciones acertadas. Otra posibilidad es llevar en el bolso un calzado flexible de repuesto. Todo antes que enseñar los calcetines, o, peor aún, los pies desnudos al vecino de asiento. El toque final es una chaqueta blazer a la que también se le sacará mucho partido en el punto de destino. El azul marino nunca falla, tanto para ellos como para ellas.

Parece una obviedad, pero una de las cuestiones que más preocupan cuando se viaja a un país con diferente huso horario es determinar en qué momento del día se produce el aterrizaje. Para no tener dudas, merece la pena darse el capricho de un reloj con múltiples zonas horarias.