Una simple arcilla llamada "ghassoul" y producida únicamente en Marruecos se abre paso fuera de sus fronteras gracias al empuje de los productos naturales y a sus efectos "milagrosos" en la piel y el cabello.

Es suficiente un paseo por la medina de Rabat, donde multitud de puestos ofrecen la arcilla en todas sus formas, para percatarse de la importancia que tiene entre las mujeres marroquíes, que acostumbran a llevarlo junto al resto de sus enseres (guantes, jabón, toalla y chancletas) a sus frecuentes visitas al hamam (baño árabe).

Allí, algunas acompañadas de sus hijos pequeños, se dedican a los cuidados del cuerpo siguiendo un tradicional ritual basado en limpiarse de arriba a abajo con un jabón de alquitrán, frotarse con un guante para eliminar la piel muerta y aplicarse luego el ghassoul, mezclado con agua o agua de rosas, en el cabello o en el cuerpo.

El ghassoul tiene su origen en la palabra árabe "ghassal" (lavar), de la que también procede "ghassala", mientras que a las mujeres encargadas de limpiar el haman y ofrecer sus servicios a las clientas ayudándolas a enjabonar sus cuerpos y aclararlos a conciencia se las llama "kasala", la que frota.

Fátima, que trabaja en un salón de belleza en el centro de Rabat, explica que "durante un tiempo el ghassoul cayó en el olvido porque las mujeres se decantaban más por los productos cosméticos industriales, pero ahora vuelven a estar de moda los ecológicos".

Para esta mujer el uso del ghassoul es más una tradición que una sensación de bienestar, ya que no solo se trata de aplicárselo en el cuerpo; moldear la arcilla en bruto y mezclarla con diversas plantas es una sabiduría que se trasmite de una generación a otra.

"Nuestras abuelas compraban la arcilla en kilos y hervían distintas plantas para luego juntarlas al ghassoul. Amasaban la mezcla, la tamizaban y la dejaban secar al sol en las terrazas para luego introducirla en botes herméticamente cerrados y disfrutar del producto el resto del año", comenta esta experimentada esteticista instruida en el arte del ghassoul.

La principal particularidad de esta arcilla, utilizada desde hace siglos en el norte de África e incluso en algunas zonas de Oriente Medio, radica en que solo se extrae en una mina del valle de Moulouya, situado en el Medio Atlas marroquí, a unos 200 kilómetros de Fez, y explotada desde 1954 por la familia Sefrioui, una de las más ricas del país.

Tal es la popularidad del ghassoul -en Marruecos además de en las medinas se puede adquirir en las farmacias y en los supermercados- que su comercialización no solo ha llegado a como Alemania, Austria, Francia, Bélgica o la vecina Túnez (donde se denomina Tfal) y su fama ha saltado a Canadá, Japón, Arabia Saudí, Tailandia, Corea del Sur, China o Rusia.

"Exportamos el ghassoul en su estado natural, pero luego las empresas que lo compran lo transforman en productos cosméticos o farmacéuticos", subraya Salhah Sefrioui, gerente de la empresa "Ghassoul y sus derivados", que pone como ejemplo Japón, país donde se produce un jabón compuesto de esta arcilla y de aceite de argán, otro de los grandes tesoros marroquíes.

Sefrioui lamenta que las empresas a las que venden la arcilla la mezclen con productos químicos, ya que "el ghassoul debe ser utilizado de forma natural y al combinarlo pierde sus propiedades".

En placas, en terrones, en polvo o en crema los usos del ghassoul son tan diversos que se puede utilizar contra el acné, las quemaduras, los ácidos gástricos o para la fabricación de cerámica.

Pero a pesar de sus múltiples usos, para la mujer marroquí esta tradicional arcilla siempre estará asociada al cuidado del cuerpo y a las sesiones entre amigas en los baños públicos porque "cuando hablas de ghasssoul, hablas de hamam. Son hermanos gemelos", sentencia Fátima.