-Una novela ambientada en la posguerra y en Barcelona. ¿Le han servido sus recuerdos para crear imágenes precisas de ese ambiente, de ese momento?

-No, no exactamente. Son cosas que me han contado. La verdad es que el ambiente de la posguerra, sobre todo la primera parte, era un ambiente de miedo, de opresión, de ciudad destruida... Tampoco hacía falta verlo y vivirlo porque se transmitía, se palpaba. El miedo se transmite, ese ambiente de terror, el qué va a pasar, el qué no hay que decir, todo eso, sí lo viví. Viví también otras cosas.

Por ejemplo, cuando estaba en un colegio interna, aunque era pequeña, a veces iba a casa de mi abuelo que tenía la patria potestad nuestra y desde el balcón veía las columnas de presos que pasaban por la calle con los pies encadenados que los llevaban a Montjuic. Eso lo recuerdo muy bien, sí.

-Sin duda, Arcadia es la protagonista, pero su partenaire es casi mejor? Hábleme de Javier.

-Mi primera idea fue analizar y ver cómo se desarrollaba un amor entre dos personas, un amor muy poderoso, muy potente y muy tierno a la vez, lleno de complicidad, entre un hombre y una mujer con unos orígenes ideológicos distintos y educaciones distintas. Porque todo el mundo sabe que el amor es una cosa complicada y la convivencia, todavía más. Recuerdo que cuando yo era jovencita iba al Cottolengo del padre alegre, donde estaban los enfermos que no tenían curación, que no los querían en otros hospitales, y en la entrada había un cartel muy grande hecho con ladrillo que ponía "máxima penitencia, vida en común". Siempre me ha llamado la atención que incluso dos personas que se quieren tienen que hacer un gran esfuerzo para que la convivencia no sea una tortura.

-Me ha impactado sobremanera la crueldad de las monjas con la niña recién llegada del libro. ¿La dictadura del terror? ¿La educación del terror?

-En realidad, aquello fue más terrible después, cuando lo pensamos y lo recordamos, porque cuando estás tan obcecado con el miedo apenas tienes tiempo para juzgar. No, no era una educación basada en el terror, era una educación basada en imponer rápidamente unos principios contrarios a los que había intentado levantar la República. Y ,la verdad, es que lo consiguieron; lograron en muy pocos años que la gente estuviera mortalmente amedrentada. Nadie se atrevía a hablar. En las casas se decía que no había que hablar de política.

-¿Y ahora da terror la educación?

-A mí me da terror. Es una educación que está hecha para convertirnos en clientes, no en ciudadanos. Se intenta que la gente, como mucho, se pueda ganar la vida para gastar. No hay ningún otro valor, ningún valor cívico, de comprensión, de la libertad del otro, de la manera de encauzar la vida... Tenemos que tener en cuenta que ahora ya vuelve a mandar la Iglesia.

-¿Así de claro?

-Claro. La Iglesia Católica habrá puesto sus condiciones para apoyar al partido que está en el gobierno. Ya no se podrá hablar de homosexualidad, ni de la libertad de una mujer para hacer con su cuerpo lo que le dé la gana... Intentarán que de nuevo no hablemos de esas cosas, como no se habla de que haya mujeres que sean ministros en la iglesia porque, como dicen ellos: "No, no... es para protegeros". Pero las mujeres no necesitamos protección; lo único que pedimos es igualdad. Y que conste que ser ministra de la iglesia no es una de mis vocaciones ocultas.

Habla usted de un país que no se ha recuperado aún del franquismo y de sus secuelas.

-Cuando un proceso histórico tan brutal como el que vivimos en esos cuarenta años no se zanja con una limpieza, no se consideran delitos las actuaciones de muchas personas sino que, además, se les ha permitido seguir ostentando cargos públicos y poder financiero... sí, seguimos pagando las consecuencias de aquello, y sufriendo problemas tan graves como, por ejemplo, la corrupción, que no surge de la nada sino que se transmite.

-Ahonde en esa idea.

-Cuando un ciudadano se da cuenta de cómo roban los poderosos, que pueden y saben hacerlo, cuando se entera de que jamás devuelven el dinero, saca su conclusión: "si un día puedo estafar, estafo; para que mi dinero vaya a parar a los bancos...". Así se transmite la corrupción. La diferencia de juzgar a los ricos y los pobres, y lo digo de esta manera tan elemental para que se entienda bien, hace que los pobres, en la medida de sus posibilidades, piensen: "¿yo para qué tengo que colaborar con un régimen, gobierno o una unión europea que lo único que quiere es quitarme el dinero a mí para dárselo a los bancos alemanes?".

¿Para qué contribuir a pagar la deuda de los bancos, que la Merkel ha conseguido que sea considerada una deuda pública? ¿Para qué voy a pagar mis impuestos si van a parar a Bankia? Sólo así se puede entender la economía sumergida.

-Presenta usted Música de cámara en la Feria del Libro, un contexto adecuado para reflexionar sobre la crisis del sector.

-Tenemos un gobierno al que la cultura le parece un simple entretenimiento. Hay cosas que no entiendo. Por ejemplo, el iva del cine y la literatura ha ido del 8 al 21%, el de los toros ha pasado del 8 al 9% y el de las películas porno se mantiene en el 4%. Es fantástico,¿no? o sea que la gente se quede en casa a mirar películas porno, lo cual me parece muy bien; o que se quede en casa y jueguen al parchís, porque como para los neoliberales la cultura es sólo el entretenimiento del populacho...Pero olvidan algo esencial: no hay progreso sin cultura. si la economía va bien seremos más ricos, pero si no ha habido una evolución cultural, seremos ricos y horteras.

Hay que concebir la cultura no como un espectáculo mediático para que se luzcan los políticos sino como la transmisión de conocimientos a través de la educación, las bibliotecas, las editoriales, las películas, las obras de teatro... si cada vez hay menos de eso, ¡para qué pagamos nuestros impuestos! Pero ya lo decidieron Rajoy y Zapatero cuando las cosas empezaron a ir mal: lo importante no es el bienestar de la gente, lo importante es el pago de la deuda.