Casablanca no es una ciudad. No es el gran puerto del norte de África, el motor económico de Marruecos ni el enclave en el que viven siete millones de personas. Antes que una urbe, Casablanca es una película. Pero no hablamos de un filme cualquiera. Hablar únicamente de su virtuosismo técnico, de su afortunado guión o del trabajo de sus actores, reseñar su éxito en taquilla o su triunfo en los Oscar, sería reducir de manera crucial su dimensión. Porque Casablanca es, ante todo y sobre todo, un icono del siglo XX y una de las pocas películas a las que se puede identificar como "clásicas" o, aún más, como "míticas" sin caer en la hipérbole. Casablanca es todo eso y algo más: una parte esencial de la memoria sentimental de varias generaciones. Y su leyenda comenzó hace 75 años, el 26 de noviembre de 1942, cuando se proyectó por vez primera en el Teatro Hollywood de Nueva York.

Antes de su estreno, nadie podía prever la repercusión que tendría la historia de amor imposible de Rick Blaine e Ilsa László. Porque "Casablanca", que nadie se engañe, es en una película de propaganda, un producto destinado a reafirmar las convicciones del pueblo norteamericano tras la entrada del país en la II Guerra Mundial.

Con el tiempo, todas las circunstancias de su convulsa producción han enriquecido la leyenda del filme. Michael Curtiz, el director, llegó a la producción de rebote, tras la negativa de William Wyler, y el guión fue modificado una y otra vez durante el rodaje, de tal forma que ni siquiera los propios actores sabían cómo acabaría el filme. Ni siquiera Ingrid Bergman, que encarnaba a Ilsa sin tener muy claro si su personaje amaba a su marido, el líder de la resistencia Viktor László (Paul Henreid), o al desencantado Rick Blaine (Humphrey Bogart), con quien había mantenido un romance en los días previos a la entrada de los nazis en París.

Plagada de momentos memorables, desde el reencuentro de Rick e Ilsa hasta el final entre la niebla, el improvisado guion conserva frases inmortales que todo cinéfilo conoce: "Tócala, Sam, toca 'El tiempo pasará'", "Detengan a los sospechosos habituales", "¡Qué escándalo, aquí se juega!", "De todos los bares en todos los pueblos del mundo, ella tenía que entrar en el mío", "Siempre nos quedará París" y, por supuesto, "Creo que este es el inicio de una buena amistad".

Vista en perspectiva, "Casablanca" es el fruto afortunado de una serie de casualidades, carencias y decisiones impuestas. De aquellos estudios de Burbank donde se escenificó la mayor parte del conflictivo rodaje podría haber salido un auténtico despropósito, pero las piezas encajaron de forma inesperada.

La conexión con el público se escenificó ya desde aquel preestreno en Nueva York, que se programó aquel 26 de noviembre de 1942 para que coincidiese con el inicio de la ofensiva aliada en el norte de África.

El público español, en cambio, tardaría varios años en ver esta inolvidable historia de amor y sacrificio. La alianza entre el régimen de Franco y la Alemania nazi motivó su prohibición hasta después de la II Guerra Mundial, por lo que Casablanca no llegó a los cines españoles hasta el 19 de diciembre de 1946, y tras censurarse convenientemente las referencias del original a que Rick Blaine luchó con los republicanos durante la Guerra Civil.

Sin embargo, a finales de junio de 1943 se realizó un pase en la embajada norteamericana en Madrid, para un público selecto entre el que se encontraban algunas personalidades del cine español de la época. Ellos fueron los primeros que pudieron disfrutar, en tierras españolas, de un clásico por el que no pasa el tiempo.