Era lo que más le gustaba, la natación. Le pusieron en el equipo del colegio. Formar parte del equipo de natación tenía la ventaja de que a uno le daban sobrealimentación (un huevo frito en el desayuno y un vaso de leche a media tarde). Lo cuenta así, tal cual, Vargas Llosa en sus memorias que no por cualquier cosa decidió titular El pez en el agua. El Nobel fue siempre hombre deportista, atlético, en forma. Aficionado a correr y al fútbol. Y a la natación. Nadaba como pez en agua, ya se ha dicho, en su niñez, pubertad, adolescencia y juventud. Y admiraba a los campeones. En Los cachorros, otro de sus títulos (¿lo habrá leído Tamara?) habla con devoción de Eduardo Villarán, el "conejo" Villarán. El ídolo acuático sorprendía y lo sigue haciendo, nadando, moviéndose como pez en el agua, superados los ochenta. Mario también. También supera los ochenta y también sigue dando brazadas. Isabel lo sabe. Por eso, cuentan, ha decidido construirle una piscina bien grande. Parece mentira, pero la piscina, las piscinas, de la mansión Preysler no dan la talla de un Nobel acuático, ni de lejos se aproximan a las dimensiones olímpicas. Están de obras, dicen los vecinos. Espacio sí hay, unos cinco mil de parcela. Junto a la pileta habrá que habilitar, eso sí, un baño. Otro.