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El vestidor

Son tiempos, háganse cargo, de nostalgias, reencuentros y recuerdos. De hemeroteca y vídeos caseros. De déjà vu y vintage. De telepasiones, galas enlatadas, inocentadas. De remember y tiempos felices. Días de la marmota. Mismos anuncios loteros, idénticas vueltas a casa. De leer reconciliaciones familiares y hartarse de ver posados ante el árbol picudo. Transparencias, lentejuelas y pajaritas. Entiéndanlo. Era inevitable. Tenía que regresar ella. Tan clásica como las campanadas. O Espinete. Ana Obregón vuelve a los platós, vuelve a romperse el vestido en su aparición estelar, vuelve a contar sus cosas. Ya saben (¿cómo no van a saber?): Yo le cociné una paella a Spielberg en LA, que es Los Ángeles, sin tener ni idea. Da igual que la paella fuera un desastre, ustedes quédense con lo sustancial: Spielberg, Los Ángeles. Como soy tan despistada, a Mónaco me llevé en la maleta dos zapatos de pares diferentes, uno con y otro sin tacón. Y, claro, encima tuve que abrir el baile, cómo iba a decirle que no a Alberto... Olviden la maleta y vayan registrando mentalmente: Mónaco, Principado, baile, Cenicienta... ¿Que Espinete no existe, dicen? Anda ya.

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