El régimen de privación de sueño y continuo cambio de horarios al que se está sometiendo Donald Trump, y que seguirá manteniendo si gana las elecciones de mañana, puede convertirse en una auténtica bomba para la estabilidad mundial. Es la advertencia que lanza el neurobiólogo Benjamin Smarr, del Kriegsfeld Lab de la Universidad de Berkeley, en Estados Unidos.

Este especialista es "biólogo circadiano". Es decir, estudia los ritmos biológicos diarios del ser humano y su alternancia sueño-vigilia. Acaba de publicar un interesante artículo en la revista estadounidense "Quartz" donde analiza cómo afectan al ser humano -y sobre todo a seres humanos de 69 y 70 años de edad como Hillary Clinton y Donald Trump- los continuos desfases horarios a los que se están sometiendo en los meses de campaña. Smarr recuerda que "la privación de sueño es una forma de tortura" y a renglón seguido subraya que la alteración de los ritmos naturales del cuerpo humano pueden "perjudicar el juicio, obstaculizar la memoria, atenuar la atención y agotar las reservas emocionales". Es decir, lograr el trabajo más prestigioso de este planeta, el de POTUS (President of The United States) puede ser bastante perjudicial para la salud. De hecho, Smarr subraya que los candidatos perdedores en las presidenciales norteamericanas siempre han vivido más que los que finalmente llegaron a la Casa Blanca.

Es malo para la salud personal, pero también puede ser muy dañino para el resto de seres humanos. Vayamos al caso de Donald Trump, cuyas tesis expeditivas asustan a parte de la sociedad americana y planetaria, en general. Por ello, este especialista se pregunta cuál es el valor de garantizar que un eventual presidente Trump no se vea dañado por el "jet lag" (trastorno del cambio de horario por un viaje) o por "una larga noche de lectura de informes". Smarr recalca que ni Trump ni Hillary son el "jóven" Obama, de 55 años, y que sus organismos ya no son tan resistentes a este tipo de vida que corre en contra de nuestro "cableado biológico", donde cada célula de nuestro cuerpo tiene un mecanismo genético que usa para anticipar los cambios, casi siempre consistentes de un día para otro, que se irán produciendo a lo largo de la jornada. Cuanto se atenta contra ese reloj interno, alerta Smarr, "las piezas del cerebro pierden coordinación, haciéndonos más estúpidos, menos capaces de dormir bien y más propensos a enfermar".

Este neurobiólogo de Berkeley recupera una anécdota que atribuye al exsecretario de Estado Henry Kissinger, quien recomendaba a sus asesores que nunca negociaran el día en que aterrizaban en un país extranjero porque no podrían pensar correctamente. Tenían que dejar pasar un día de descanso en medio. El actual secretario de Estado, John Kerry, ataja por el camino farmacológico. "Me tomo un Ambien", un hipótico para dormir y recuperarse más rápidamente.

La falta de sueño es demoledora. Por eso Smarr asegura que la los comentarios más desagradables y ofensivos que Trump deslizó en alguna de sus intervenciones públicas podría haberlos evitado "si se hubiera echado una siesta". Este neurobiólogo de Berkeley recomienda a Trump descanso para atemperar su desafuero, pero también a sus conciudadanos. "Este no es el momento para que nadie esté luchando contra sus instintos biológicos", escribe. Y les advierte que todos aquellos "que trasnochan para leer artículos electorales en sus móviles en la cama, lamentando el futuro de América, también están perdiendo parte de su capacidad de elegir".