José María Sanz, "Loquillo", que dinamitó los Trogloditas para salvar su futuro de los conciertos "revival", entró en el rock porque no le quedó otra: "Lo que yo quería hacer no lo hacía nadie".

-Las crónicas del concierto en Las Ventas dicen que Madrid se le ha rendido, al fin.

-No hago mucho caso. El éxito es algo que me ha acompañado toda la vida, con mis travesías en el desierto. Siempre es lo mismo: búsqueda, trabajo y éxito. Siempre el mismo ritual. Ya es la tercera vez que vivo esto, quizás es la más emotiva porque te coge con la edad adecuada, cuando más sabes, cuando tienes la mejor banda. Me apetecía ir a Las Ventas por esa conjunción. Quizás antes no había hecho algo parecido en Madrid porque no estaba preparado. Las cosas tienen que venir cuando tienen que venir. Si te toca con 55 años es cojonudo: eso dice muchas cosas, como que he sido el primer artista que ha roto la barrera generacional. Hace 10 años tener 45 era no existir y estar condenado al revival.

-¿Y cómo se hace para no dejar de existir?

-No es fácil, nadie anterior a mi generación lo había hecho. Hay una generación perdida que es la de los Auserón, Ramoncín, Kiko Veneno, etc., que desgraciadamente no ha tenido el respaldo masivo que ha tenido la anterior, la de Miguel Ríos y los cantautores. Hay una generación muerta, la de la Transición, para la que hay una barrera y han quedado como artistas de culto. Era algo que había que tirar abajo, porque en cualquier país de nuestro entorno lo normal es que a partir de los 50 los artistas hagan trabajos enormes, sean muy valorados, tengan una jerarquía. Lo que no es normal es lo que pasaba aquí: cuando los artistas superaban los 40 años, sobre todo en el rock, eran destinados a las salas de revival y nos hemos perdido a una generación de artistas enormes que se han quedado a medio camino.

-¿Quién dejó echarse a perder esa generación?

-Hay de todo un poco. Hubo un momento brutal, a principios de los 90, donde en las emisoras comerciales sonaban Gabinete (Caligari) y Los Planetas, y un buen día alguien apagó la radio. A partir de ahí hubo fenómenos como Operación Triunfo para demostrar que los artistas somos absolutamente manipulables y que se puede hacer con nosotros lo que quieran. Ahora vuelven, pero yo creo que el público ya sabe la diferencia muy clara: hay artistas reales y artistas prefabricados, para un consumo rápido. Esto hace 10 o 15 años tampoco estaba claro. Es que han cambiado muchas cosas, como el sistema. Ha habido un cambio de negocio, el dinero ha pasado de mano.

-¿Quién tiene ahora la sartén por el mango?

-Siempre el artista. Lo he creído toda mi vida. Aquí se llega llorado de casa. Yo siempre he marcado mis tiempos: he hipotecado mi casa tres veces, he hecho giras y he cogido todo ese dinero y lo he invertido en nuestro trabajo o he buscado sponsors para poder hacer una gira. Es que hay que espabilar, este es tu oficio.

-¿Siempre ha pensado que esto era un oficio o hubo un punto de inflexión?

-Sí. Primero fui periodista, luego locutor de radio, luego promocioné una compañía de discos y me di cuenta de que lo que yo quería hacer no lo hacía nadie, así que para mi no era una diversión. Me metí de lleno. Hay que tener una cosa clara: cuando te metes en esto tiene que ser tu vida. Luego me fui (de los Trogloditas). Lo tuve muy claro. Vi que era el momento. Había una generación que se estaba quedando atrás.

-Si esto es un oficio, ¿el sindicato de músicos es posible?

-Cuéntame otro chiste. Putos egoístas. Yo me presenté a las elecciones de la SGAE hace 20 años con algunos autores más para cambiar las cosas. ¿Sabes lo que hizo la profesión? Señalarme con el dedo y decirme que era un topo del PP. Me dices un sindicato de músicos como el que existe en los actores y sería la hostia pero conociendo a muchos de los personajes, es para salir corriendo.