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El vestidor

Tienen muy mala prensa las medusas. Los bañistas les rehúyen como al maligno cada verano. Son más urticantes que las ortigas y gelatinosas, emblema máximo de la fofez en la cultura tronista. Y, encima, no se les ocurre nada mejor que irritar al Nobel.

Lo que es peor, en plenas vacaciones paradisíacas. Y, lo que es mucho peor que peor, en presencia de su diosa, su musa, su reina Isabel.

El mismo Vargas -con una prosa brillante- relata el episodio de horror en su columna de "El País": "Estaba nadando en un mar limpio, transparente, tranquilo y tibio, cuando de pronto me sentí acribillado en los brazos y el estómago por decenas, acaso centenas, de pequeños dardos o agujas invisibles que, durante unos instantes, me dejaron paralizado, Jotando. Lo peor llegó por la noche. Unas manchas violáceas erupcionaron de repente en toda la piel afectada, acompañadas de una comezón feroz, inmisericorde, que fue aumentando por segundos hasta volverse irresistible".

Se produjo el feroz ataque marítimo de las malaguas (pobres medusas, cómo no ser malas con ese sobrenombre) en el mar de Flores. Pero eso es pura casualidad.

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