Adele conmovió con su poderosa voz y sus emotivas canciones a un público que, en Barcelona, venía dispuesto a sentir el desamor y la melancolía de sus letras y se vio sorprendido por una mujer capaz de hacer llorar con su música y reír con sus palabras y bromas. Todo en el mismo concierto.

Dieciocho mil personas pasaron en la noche del martes de la risa al llanto en cuestión de minutos en el concierto que ofreció esta diva del pop, el primero de los dos programados en el Palau Sant Jordi de Barcelona, única parada española de su gira mundial.

El público barcelonés estaba deseando ver a esta gran estrella que en poco tiempo se ha instalado por méritos propios en el Olimpo de los dioses y que actuó en esta ciudad por primera vez hace cinco años y hasta ahora no había vuelto. En aquella ocasión cantó en la Sala Bikini de Barcelona ante unas 700 personas, mientras que el martes lo hizo ante 18.000 y anoche repitió ante otras tantas.

La nueva reina del pop no se hizo esperar y a la hora estipulada la interprete emergió del escenario auxiliar, situado en el medio del recinto, con un vestido largo negro de lentejuelas y cantó "Hello, it's me".

El público, que poco antes se había sentado ordenadamente en las sillas colocadas para la ocasión en la platea, se levantó gritando de emoción. Un público de todas las edades, aunque predominantemente femenino, entre el que había muchos ingleses, como se pudo oír cuando la británica preguntó si había algún compatriota entre los presentes. En sus monólogos, la británica dejó claro que ser sensible no está reñido con decir palabras malsonantes y que se puede tener rasgos dulces sin ser una pánfila.

Invitó a tres admiradoras a subir al escenario e interrumpió una de sus anécdotas cuando vio que una niña se acercaba con un ramo de flores y posó para la foto todas las veces que hizo falta, en un concierto que tuvo mucho de espectáculo televisivo. Se lo metió en el bolsillo.