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23 | Viernes El collarín

La diosa del cuché se ha hecho verbo, que no carne. Sigue siendo, para quienes solo pueden contemplarla portada mediante, eterna, atemporal, entre marmórea e incorpórea. Pero ha hablado y hablar la ha vuelto un poco más humana. Ahora sabemos, por ejemplo, cómo viaja. Hemos descubierto que existe el kit isabelpreysleano para el avión: una bolsita con su propia comida -que una, desde su inanidad, imagina del tipo de las de los astronautas- y un collarín para dormir. Sin lesión, como medida preventiva, profiláctica.

Cuenta Isabel Preysler que Mario se queda mirando perplejo el ritual y le dice: "Sabes que estás rematadamente loca, ¿verdad?". Y ella le replica, desde su burbuja, como el argonauta, como el viajero del espacio desde el ojo de buey de su nave interestelar: "Pero Mario, ¿tú te crees que estaría contigo si no estuviese rematadamente loca?". Y ríen todo lo que pueden reír con las limitaciones propias del estiramiento facial y el collarín en las vértebras. Aun hay más. También lo confiesa la diva imposible, entrevistada por la revista "Elle", mirando a cámara desde la cápsula del tiempo. "Siempre corto los calcetines para que no dejen marcas". ¿Calcetines? ¿Marcas? He ahí la revelación. Un resto de su pasada vida mortal. Que se llevó al Olimpo.

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