No ha visto a la Virgen, como Pitita Ridruejo, pero ha sido peregrina, misionera y buena samaritana. Incluso se pensó lo de tomar los hábitos. Tamara Falcó, la hija de Isabel Preysler y el marqués de Griñón, ha mediado para conseguir un coche a unas monjas. El vehículo en cuestión es de segunda mano, negro, lleva una "L" y tiene los cristales traseros tintados pero no está abollado. Tranquilos, no lo conduce ella, sino una sor, apodada ya Citroën. No es su propio automóvil, ese tan mono que Tamara, más buena de corazón que al volante, ha empotrado alguna vez contra determinadas partes del mobiliario urbano de la capital. No es culpa suya, se sacó el carné en la autoescuela exprés de los famosos y tampoco puede una ser perfecta en todo. Excepto mamá.