Dimos los arrumacos de la duquesita y el galán como romance del siglo -con permiso de sus majestades los reyes del cuché, Isabel y Mario- con exceso de premura. Alzamos al vuelo las campanas, llevados por el entusiasmo de lo inesperado del emparejamiento -de nuevo con permiso de sus altezas-. Pensamos, quizá por el ejemplo de los señores absolutos, que la relación cuajaría. Sabiendo, como sabíamos, en el fondo, lo que ocurriría. Que aquella portada se desvanecería como azucarillo en aguardiente, que no superaría los calores del verano. Los amigos de la aristócrata dicen que la noble bien, gracias. El maduro actor, bien, gracias. Es sabido. La estrella fugaz brilla menos tiempo, pero brilla más. O, en términos más castizos, que les quiten lo bailao. ¿O era bakalao? En la casa de Alba, si acaso salmón. Noruego.
