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"Tengo pichi-pichi acá"

La muerte de Daniel Rabinovich deja huérfana a la secta de admiradores de Les Luthiers

El cómico e integrante de Les Luthiers, Daniel Rabinovich.

Desde hace unos treinta años tengo grabada en una vieja cinta de vídeo una actuación de Les Luthiers. Era un programa de La 2. Llegué a verla tantas veces que me la aprendí de memoria. Podía, y aún puedo, repetir cada uno de sus "sketch". Como me sé casi de corrido películas como "La vida de Brian", "El jovencito Frankenstein" o "Amanece que no es poco" de puro uso y para desgracia de quienes me acompañan en algún visionado. En una de las partes de su actuación en ese vídeo, Daniel Rabinovich intentaba convencer a Marcos Mundstock, el calvo del grupo (la divinidad me perdone por la definición), de que le dejara leer uno de los textos de introducción sobre su afamado músico Johann Sebastián Mastropiero. Ante la voz grave y perfecta dicción de locutor de Mundstock, a Rabinovich le salían gallos que le llevaban a afirmar: "Tengo pichi-pichi acá", mientras se señalaba la garganta. A continuación, Rabinovich escenificaba uno de sus desternillantes monólogos de equívocos al trastabillar y cambiar de orden letras, sílabas y palabras, en los que intercalaba todo su repertorio de gestos maravillosos.

Les Luthiers son una religión para millones de admiradores, que hemos compartido frases y expresiones como claves secretas. Y Rabinovich era uno de sus grandes sacerdotes. La liturgia es, porque el resto del grupo sigue en activo y llegará a Vigo en octubre, un compendio de humor inteligente, limpio, mordaz, irónico, hilarante, que junto al virtuosismo de su música dan como resultado una máquina perfecta de historias y canciones ante la que se congregan ávidos sus fieles.

Tuve el placer de entrevistarlos minutos antes de una actuación hace ya demasiados años. Siempre guardaré el recuerdo del pequeño camerino, de unos minutos inolvidables y de aquella pregunta absurda sobre Mastropiero (cuyo contenido me llevaré avergonzado a la tumba) que tras formularla hubiese preferido que diez mil dragones me achicharrarán con su aliento de fuego. Daniel Rabinovich se nos fue por una afección cardíaca. Qué ironía de la vida, se murió del corazón, ése que tantas veces estuvo a punto de partirme a carcajadas. Desde que supe de su fallecimiento también tengo un pichi-pichi acá, que me acongoja.

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