Se llama Greta y es sueca, pero en lugar de ir de mujer fatal como la Garbo, ella tiene un look sencillo, casi grunge, que recuerda más bien a Pippi Langstrumpf; y, mientras su famosa tocaya cinematográfica decidió en la cúspide de su carrera calzarse las gafas oscuras y obviar a las cámaras, ocultándose para el mundo, esta nueva Greta, de apellido Thunberg, se ha dado a conocer y expuesto públicamente a sus 16 años por un fin mucho más alto que ella misma: remover conciencias y actuar, de una vez por todas y lo antes posible, para detener un cambio climático que amenaza con asolar la Tierra y que ha de afectar de pleno, si no se le pone ahora mismo remedio, a la generación de la que ella forma parte.

El cortoplacismo y la miopía económica de tantos dirigentes políticos entrados en años les impide mirar a lo lejos en el tiempo y velar por la conservación del planeta para las generaciones venideras, como si no tuvieran hijos y nietos a los que preservar de una catástrofe que pronto será inevitable. Por mi parte, aunque tenga la edad numéricamente inversa a la de Greta Thunberg, hago por completo mía su causa y me sumo a ella y a la de todos los jóvenes que la siguen, clamando para que los sedicentes adultos, mirando más allá de nuestras narices, nos demos cuenta de la responsabilidad que tenemos y, como indicó un ya veterano Hans Jonas, obremos de un modo que haga posible el mantenimiento de la vida en la Tierra para las generaciones que nos han de suceder.