La luz natural preside cada rincón de esta casa viguesa asomada a la ría. Los propietarios tenían muy claro que querían disfrutar del paisaje y las vistas todo el año, así que se decantaron por los muebles justos y por espacios abiertos en diálogo constante con el exterior. La propia arquitectura de la vivienda y su jardín es un mirador perfectamente integrado en el entorno.

Una de las características de la construcción es precisamente su rica relación con la naturaleza y con los paisajes de mar y cielo que se extienden desde el terreno en el que se ubica, situado en pendiente. La disposición de las estancias combina zonas exteriores (terraza y jardín) y espacios interiores que pueden funcionar autónomamente o en relación con ese ambiente exterior.

La parte baja engloba las zonas de día con una planta libre donde se ubica un porche de vistas privilegiadas, mientras que el piso superior lo ocupan las zonas de noche con el paisaje siempre como referente.

Dentro y fuera domina el color blanco como base, que ilumina, amplía espacios e integra la casa como un todo. Conectado con los dúos de tonalidades que sirven para definir atmósferas y a la vez aportan dinamismo.

Rojo y negro en el salón y recibidor, blanco y azul (que recuerda el mar) en la cocina-comedor (todo unido), verde y blanco en el dormitorio que comunica con el exterior y un tono naranja desenfadado para una de las habitaciones juveniles. Y siempre asociados con la gama de reflejos que colorean esta zona atlántica.

Los propietarios deseaban una casa limpia de obstáculos, cómoda, de línea contemporánea y diáfana. Los muebles son los justos, envueltos por la calidez del suelo de madera, sin alfombras ni lámparas para no interferir el paso ni las vistas y potenciar al máximo la sensación de continuidad visual. Incluso la escalera suspendida que comunica las plantas se ha diseñado de forma que no perturbe el espacio.