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La ley de Lynch vuelve a "Twin Peaks"

Los primeros capítulos de la mítica serie huyen de la nostalgia y se rebozan en el estilo más combativo y audaz de su autor

Kyle MacLachlan y Nicole LaLiberte, en la serie.

Lo prometido siempre es duda cuando se trata de David Lynch. "Nos vemos dentro de 25 años". ¿Cómo afrontaría el autor de la indescifrable "Inland Empire" (2006) un regreso a los míticos pastizales televisivos dando una tercera vuelta de tuerca a "Twin Peaks"? ¿Sería balbuceante e incluso torpe como la segunda temporada o abiertamente provocadora, imprevisible y turbadora como en el inicio? ¿Se dejaría domesticar o mantendría su indómito carácter de bulldozer creativo?

Los dos primeros capítulos no liquidan la duda por completo pero sí parte de ella: la ley de Lynch vuelve más implacable que nunca para saltarse todas las leyes ajenas. Más sabio, cortante que tóxico, y seguramente indiferente al que dirán. Onírico, críptico, caprichoso, juguetón. Arrogante siempre. De ahí que tenga como primera andanada hasta el momento la propia demolición de las expectativas más simples: Twin Peaks como escenario se desvanece, diríase que tragado por la neblina con la que se desperezan las primeras imágenes. El famoso tema central de Badalamenti suena y se aletarga. Es como si Lynch quisiera pagar cuanto antes el peaje comercial (Showtime paga la locura pero seguramente suplicó alguna concesión a los fans), de ahí que Laura Palmer o el juvenil agente Cooper hagan las veces de reclamo fugaz y que la habitación roja se abra paso en el segundo episodio para encender una mecha que promete muchas explosiones de cuidado en próximas entregas.

Un botón de muestra nuclear: los árboles majestuosos se transforman en rascacielos neoyorquinos. Y en lo alto de uno de ellos un tipo observa una caja vacía rodeado de artilugios de grabación. Allí recibirá la visita de una chica con café. Caliente. Y cuando finalmente se enrollan, en la caja vacía ocurre algo. Oscuridad.Sangre. ¿Fantasmas? Imágenes rasgadas como cortinas hitchcockianas. ¿Qué diablos pasa aquí, Lynch?

Al autor de "El hombre elefante" (esa obra maestra tan "convencional") le bastan dos o tres imágenes para aterrorizar al personal. No se conforma con un asesinato. Pronto pasamos al siguiente: una bibliotecaria. Un sospechoso. Un maletero macabro iluminado por una linterna comatosa. Irrumpen personajes extravagantes y, por supuesto, el agente Cooper, ahora con melenaza y camisa de serpiente. Oh, qué destino se le avecina. Como si se tratara del orondo Steven Seagal de los últimos tiempos, es capaz de tumbar a un fulano con un simple ademán y sin levantarse del asiento. Hay humor negro a paladas. A estas alturas, Lynch no va a ponerse a filmar una pelea, una investigación rutinaria, la vida costumbrista. Twin Peaks ya es un territorio mítico y da igual que salgan sus calles o no.

"No todo puede decirse en voz alta ahora". Claro: hace 25 años, esta serie lo cambió todo porque no había nada igual. Hoy somos otros porque hemos visto cosas que ni siquiera Lynch hubiera creído: tantas y tantas y tantas series de creatividad deslumbrante y rompedora. No vuelve "Twin Peaks", vuelve David Lynch para imponer su ley más turbadora: o la acatas o mejor te vas del pueblo.

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