Perdónenme que no me levante pero todavía estoy bajo los efectos de haber visto 700 euros, diario de una callgirl (o refrito bananero de Sin tetas no hay paraíso), la serie que Antena 3 estrenaba ayer en horario estelar después de dedicarle una buena campaña publicitaria. La polémica también estaba servida (algo que también ayuda a que se hable de un producto televisivo) pues el planteamiento de la serie no es otro que mostrarnos el camino que Luna, la protagonista de la serie, emprende voluntariamente en el mundo de la prostitución.

Para los que no la hayan visto, un breve resumen para que capten la esencia de la serie. Agárrense los machos porque aquí va: 700 euros, diario secreto de una call girl, narra la vida de Luna, una joven que soñaba con ser de otra manera y vivir de una forma totalmente diferente hasta que sorprende a su prometido, Manuel, en brazos de su propia hermana, Mireia. Esto la impulsa a dejar su pueblo y tratar de empezar una nueva vida en Madrid, donde todo será difícil. Manuel, despechado, acosará a Luna sin descanso hasta provocar un cambio completo en su vida. Ésta acabará con la cara marcada mientras Gonzalo, un joven que se ha enamorado de ella, terminará en coma. Para pagar el tratamiento que precisa Gonzalo, a Luna no le quedará otra salida que adentrarse en el mundo de la prostitución de lujo. En esta nueva vida, la joven encontrará el amor pero no tendrá el camino fácil.

¿Le encuentran algún sentido al argumento? Yo, definitivamente, no. Sobre todo después de lo ocurrido en mi televisor anoche. Hubo momentos en los que incluso dudé que si lo que estaba viendo lo estarían viendo otros porque pasé verdadera vergüenza ajena. ¿Nadie de los que se encarga de producir este embrollo vio el capítulo piloto antes de emitirlo? ¿No se dieron cuenta que nada tiene sentido?

Entiendo que estamos en verano y el cerebro lo tenemos reblandecido por el calor, pero de ahí a que tenga que creerme que una chica que trabajaba en un bar de un pueblo perdido vaya usted a saber dónde llegue al bar más de moda de Madrid y le enseñe al camarero a servir un Tequila Sunrise porque en el pueblo se lo pedían sin parar (en mi pueblo sólo piden carajillos y cuncas de viño) queda un trecho; tampoco entro por el aro con el tema de Adriana Lavat (Laura en la serie y futura compañera de Luna) a la que le quedan dos asignaturas para acabar la carrera de Derecho y que tiene serias dificultades para pagarse los estudios, pero no para permitirse un piso de unos 200 metros cuadrados (a ojo de buen cubero) con gimnasio, spa, decoración de alto standing y mil pijeríos más. Un nivel de vida, vamos, que le obligó a hacerse puta de lujo. Toni Cantó, una de las caras más conocidas de la serie es, a la vez, jefe del negocio y se prostituye, algo muy normal en el mundo de los prostíbulos, vamos. Y así podríamos seguir un rato pero por no aburrirles con una retahíla de ignominiosas secuencias mal grabadas, mal montadas y mal interpretadas, me callo.

La serie cuenta con un reparto de caras poco conocidas y que preferíamos seguir sin conocer, especialmente el personaje de Gonzalo, el actor de segunda (irónica metáfora) que consigue un pequeño papel en una telenovela cutre de la televisión, que no para de hablar nunca y que, si alguien hace el favor, no me queda claro qué pinta en toda este embrollo.

Lo mejor. Siempre hay algo positivo. El revelador título de la serie. Setecientos euros es el dinero que ha dedicado la productora a la creación de tal despropósito.