Se trata del primer proyecto a gran escala de Captura y Almacenamiento de CO2 (CCS, en sus siglas en inglés) en un yacimiento de gas.

Según Mohammed Keddam, vicepresidente de In Salah Gas, el resultado de este experimento desarrollado por las compañías Sonatrach (Argelia), BP (Reino Unido) y Statoil (Noruega) es equiparable al que se conseguiría si se retiraran de la circulación unos 200.000 automóviles que recorren 30.000 kilómetros cada año.

Aunque aún está en una fase de verificación y control, el proyecto de 30 años, que se inició en 2004 tras un acuerdo alcanzado en 2001, es ya todo un éxito, dijo Keddam a un grupo de periodistas invitados a visitar la instalación.

Considera que la tecnología debería aplicarse en otras instalaciones que liberan dióxido de carbono a la atmósfera, aunque reconoce que se requieren condiciones no siempre existentes, como la presencia de una reserva de gas "totalmente íntegra".

Mientras la Unión Europea (UE) analiza los riesgos de esta tecnología que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) quiere promover, unas 2.000 personas trabajan ya en ello a 1.700 kilómetros al sur de Argel, aisladas y protegidas con severas medidas de seguridad en el desértico paisaje.

A 170 kilómetros de la aldea más cercana y con temperaturas que en verano superan los 50 grados centígrados, horarios de doce horas seguidas todos los días, sin fin de semana, durante cuatro semanas, a las que le siguen otras cuatro semanas libres, a los trabajadores se les exige aquí un máximo de concentración.

La instalación para capturar y reinyectar a 2.000 metros bajo tierra el dióxido de carbono requirió una inversión de 100 millones de dólares.

Demuestra, según el presidente de In Salah Gas, Michal Mossmann, que es "posible y económicamente aceptable" romper la cadena entre el uso de combustibles fósiles y el dióxido de carbono (CO2)".

Explicó que la UE exige que el gas natural importado no contenga más de un 0,3 por ciento de dióxido de carbono, pero el gas de la rica reserva de In Salah contiene una media del 7 por ciento de CO2, y ésa fue la razón decisiva para desarrollar este proyecto.

"La otra opción hubiese sido liberar a la atmósfera el excedente de CO2 o no venderlo a Europa, pero decidimos capturarlo y almacenarlo bajo tierra", dijo Keddam.

Para ello, se utiliza un producto químico que absorbe el dióxido de carbono del gas natural, éste pasa luego por un proceso de deshidratación y queda así limpio para su exportación, mientras que el CO2 se reinyecta bajo tierra a alta presión.

De acuerdo con los cálculos, el proyecto permitirá recuperar y almacenar así 10 millones de toneladas de CO2.

El año pasado, la Comisión Europea lanzó una iniciativa para "analizar los riesgos asociados" a cada uno de los aspectos de la captura, el transporte y el almacenamiento de dióxido de carbono, al considerarse una tecnología que podría reducir hasta el 90 por ciento del CO2 que producen las centrales generadoras de energía.

Por su parte, el director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), abogó por el desarrollo de la CCS y, en el Foro Internacional de la Energía celebrado en Roma en abril pasado, pidió que se movilizaran los medios para su desarrollo.

"En la captura y almacenamiento de carbono (CCS, en sus siglas en inglés) necesitaríamos construir al menos 20 plantas hasta 2020, con un coste de 1.500 millones de dólares cada una", dijo Tanaka en esa ocasión.

Para los dirigentes del proyecto sólo una sombra se cierne sobre el desarrollo de esta tecnología, pues entraría económicamente en riesgo con un barril de petróleo a menos de 30 dólares, una perspectiva que no se descarta en estos momentos de crisis y retroceso de la demanda de crudo.