A Kaurismäki le bastan dos frases para sintetizar por qué los refugiados buscan cobijo en Europa, por qué pagan el costoso peaje de dejarse la vida -su hogar, su país- para huir de la muerte. En una obra que flota sobre la tragedia sin llegar a hundirse en ella, pone rostro a los que persiguen asilo pero no quieren regalar a cambio su dignidad. Al finlandés no le gusta ensañarse y siempre acolcha el golpe de lo lacerante con la comedia y un punto de vista amable y hasta tierno. No desiste del ligero toque de disparate que le define e intenta reflejar lo que en esencia es un abrazo, más que un choque, entre culturas. Siempre cálido y magnánimo, sus buenos siguen siendo de los más entrañables.