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Humor sin límites

Cómic, la palabra inglesa con la que designamos la historieta, quiere decir cómico. El cómic ha estado vinculado desde su origen al humor. Y en estos tiempos abruptos y lapidarios, Darío Adanti es uno de los principales valedores del género, que defiende en su última novela gráfica

Portada de "Disparen al humorista". // Astiberri

En los pasados carnavales se generó una polémica un tanto estéril alrededor de un cartel del Entroido. Alberto Guitián diseñó para el Ayuntamiento de A Coruña varias imágenes con gente disfrazada. Del mismo modo que sucede cada año en las calles durante esta fiesta, los sujetos protagonistas de los carteles van ataviados de estamentos de poder: la monarquía, el ejército y la Iglesia.

Concretamente el que retrata a un ciudadano disfrazado de papa (con nariz postiza y simpático papa-móvil-con-tirantes incluido, y con dos copas de más encima) ha levantado las protestas de Abogados Cristianos y del Arzobispado de Santiago, y se ha convertido en tema viral. El propio autor ha desmentido que se trate del papa o que el dibujo busque insultar las creencias de nadie. Pero ¿y si una obra de ficción hace humor (hasta del grueso, pongamos) y retrata al papa como un alcohólico nivel Boris Yeltsin? ¿Dónde están los límites del humor? Es más, ¿tiene límites el humor? ¿Para qué sirve el humor? ¿Qué es, en fin, el humor?

Sobre estas preguntas se ha interrogado Darío Adanti en "Disparen al humorista" (editado por Astiberri), de reciente y oportunísima edición. Realmente, lo que hace es zanjar el cansino mantra de los límites, y disertar en profundidad sobre la naturaleza de la comicidad como algo inherente a la condición humana. Adanti es conocido como ilustrador, autor de la revista "El Jueves" hace años, y hoy por hoy, sobre todo, como una de las cabezas visibles de "Mongolia", la revista político-satírica más feroz y libre pensante que tenemos en el mercado. Pocos pueden ser más indicados, tener más experiencia y conocimientos y mayor montante de horas reflexionadas al respecto, para disertar sobre el humor.

"Disparen al humorista", sin embargo, no es un cómic cómico. Cierto es que acude a personajes-icono que abundan en alguna salida de tono humorística, pero Adanti lo que ha creado, pacientemente, desde 2009, es un tratado muy meditado sobre lo humorístico, su principal materia de trabajo. Y sobre el oficio de humorista, que es el suyo propio. En el recorrido cita a Jardiel Poncela, Kant, Frida Kahlo, Charles Darwin o Italo Calvino entre otros, genera un decálogo del humor, reflexiona sobre la corta e intensa vida de "Mongolia", imbrica humor y ciencia, crea una set-piece maravillosa a partir de Woody Allen u ofrece frases que merecen ser leídas y reflexionadas serenamente. Ejemplo: "El chiste es una forma narrativa minimalista que lleva al absurdo situaciones que, a priori, no lo son. Como toda forma narrativa, el humor es una representación subjetiva de la realidad".

Una de las grandes virtudes de esta novela gráfica es su capacidad para generarnos lugares de pensamiento, para hacernos divagar o filosofar sobre el humor, sus objetivos, su naturaleza, a través de frases y párrafos tan rotundos como el señalado. No es un paseo grácil a través de viñetas ligeras, sino una obra propia de nuestro tiempo, un cómic maduro y exigente que usa el cómic para trabajar una tesis a través de un discurso narrativo y metáforas visuales.

Es importante recalcarlo: Adanti está, como historietista, magnífico en este libro. Hay que elogiar incluso el hecho de que su génesis sea un periplo de muchos años, viaje en el que partes ya habían visto la luz (sólo 43 páginas de las 160 que conforman el volumen, que aparecieron en "Mongolia", en el libro "Una risa nueva" editado por Jordi Costa y el festival de cine de Albacete, y alguna en la revista Argentina "Fierro"), y que sin embargo el libro muestre una rocosa unidad, de forma y sobre todo discursiva.

Aunque el apartado gráfico varía por capítulos ?y no poco?, la verdad es que el universo estético de Adanti es coherente y cohesionado. Quizá porque su personal cosmografía es una que lleva cultivando y puliendo desde los lejanos tiempos de "La ballena tatuada" y otros títulos primerizos, publicados en los años noventa. Una carrera que arrancó en su Argentina natal (publicó en el diario "Clarín") y le llevó al "The New Yorker", antes de asentarse en España. Desde sus primeros pasos ha perfilado un estilo a medio camino del cartoon y del underground, como un cruce fascinante entre el Gato Félix y las historias de Frank, bichejo indefinido creado por el americano Jim Woodring. Cándido y provocador al tiempo. Las páginas de "Disparen al humorista" son todas poderosas, impactantes y rotundas como ese contraste entre el azul y el rojo, bipolaridad cromática que nos absorbe desde su portada hasta las guardas, con una ilustración de neuronas al rojo vivo.

La forma, estética y al tiempo agresiva (no hay contradicción en ello) se alía al fondo, reflexivo pero afilado, en un tratado en ocasiones torrencial y que exige una lectura atenta. Desde que Scott McCloud usó el lenguaje de la historieta en su ensayo "Entender el cómic" (editado por Astiberri, precisamente) queda demostrado que, al margen de lo apropiado o no de las reflexiones así expresadas, con el cómic se puede crear obra teórica. No abunda, y menos sobre el humor. Aprovechemos este ensayo de un verdadero doctor emérito en el género, a fuerza de practicarlo sin sordina.

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