Es una responsabilidad dirigir una película basada en uno de los libros más leídos, y más queridos de la historia. Cualquier aproximación a la obra de Saint-Exupéry exige al menos, de entrada, estar a la altura de su belleza, de su frescura, de su humanidad, de su sensibilidad y de su lirismo, una serie de requisitos fáciles de enumerar pero no tan sencillos de trasladar a la práctica.
Sin embargo, Osborne logra que lo esencial, a pesar de lo que diga Saint-Exupéry, sea visible a los ojos. Es cierto que el mensaje fundamental de "El principito" queda diluido y reducido a unas cuantas frases que a veces no acaban de entenderse en toda su plenitud, por lo que es recomendable leer el libro antes. El problema es que la película ofrece tres historias en una y a la de "El principito", narrada en un delicado y hermoso stop-motion, le falta tiempo.