Dice la leyenda que al borde de la muerte vemos pasar la vida por delante, o al menos los capítulos más destacados. Aunque en "Tres recuerdos de mi juventud" no pone a su protagonista en esa tesitura -busca una excusa más peregrina-, Desplechin elige tres momentos determinantes en su vida y que le ayudan a restaurar su identidad tras perderse en un laberinto construido por él mismo.
En la cúspide, como si el resto también fuese excusa, sitúa un apasionado romance que el antropólogo, interpretado por Amalric en la madurez, no logró olvidar, lo más vívido de la película. El resultado apunta a la melancolía, como toca en cualquier canto a la juventud que se precie, aunque a veces su despliegue visual descoloque y enfríe el ánimo.
