Tolstoi no era el único convencido de que las familias infelices dan más juego literario que las otras. De hecho, Ripstein va más allá y nos muestra, basándose en hechos reales, lo que la sociedad esconde bajo la alfombra, barrios enteros habitados por personajes marginales que se empeñan en sobrevivir haciendo trampas y agarrando a la existencia por las solapas. Así ocurre en "La calle de la amargura", un título preciso para definir las peripecias de un conjunto de caricaturas humanas que podrían haber protagonizado una película de Todd Browning si este hubiese mirado en un lodazal.
El resultado es, además de un espectáculo espléndido en blanco y negro, con pictóricos fotogramas cuidados al detalle, una película descarnada y dura. Puro Ripstein.