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La "pazienza" sin límites

Andrea Pazienza, figura clave para entender la trayectoria de la historieta europea más artística

En el arte siempre hay versos sueltos, autores libres que merecen nuestra pausa y atención en su condición de singulares, únicos. Ello no impide que su obra no pueda (deba) encuadrarse clarísimamente en un tiempo y lugar. Andrea Pazienza es un hijo de su momento, claro, y también de Italia. Un autor que se movió entre lo artístico y la rebeldía, una vida al filo (falleció tempranamente en 1988, a los 32 años, tras una juventud caminando los lados salvajes de la vida, que cantaba el ilustre). Se diría que estaba bendecido por un espíritu creativo inquieto que le llevó a tocar diversas disciplinas: pósteres para películas (La ciudad de las mujeres de Federico Fellini), cubiertas para discos, diseño de los decorados para Soy el Pequeño Diablo, de Roberto Benigni y Dai Colli, de Giorgio Rossi. También practicó la pintura y su obra se expuso en centros como el Palazzo delle Esposizioni di Roma.

Pero Pazienza es recordado sobre todas las cosas como autor de cómics. Cómics impulsivos y a pecho descubierto, que muestran su fiereza vital y también su sensibilidad extrema. Cómics como bofetadas que, pese a doler, resuenan con una melodía melancólica y hasta dulce. La lectura hoy de Zanardi, una recopilación exquisita, acertada y sabia por parte de Fulgencio Pimentel, nos devuelve una voz singular que puede costar aprehender o descodificar. Pistas para ello. Se dice, por ejemplo, que Zanardi, el personaje, es en el fondo Pazienza. Que su rebeldía interna florece en este adolescente provocador, pendenciero e indolente que aprovecha su vida en ese "aquí y ahora" tan punk.

Zanardi nos cuenta anécdotas de un grupo de jóvenes pivotando alrededor del magnetismo y liderazgo de uno de ellos, Zanardi "Zanna". Historias gamberras, de hurtos y peleas callejeras, de amistad, de sexo, de desafío a la autoridad (escolar, paterna...). La vida cotidiana de chavales ochenteros alérgicos al sistema, a las autoridades e instituciones. Están contadas sus historias con un estilo gráfico bravo e indómito, el de una pantera negra del dibujo capaz de jugar con el acabado y los diferentes estilos sin dejar de ser puro, desaforado Pazienza en cada viñeta y trazo. Y hasta en los casos de mayor abigarramiento, hasta en esas páginas repletas de viñetas y con acabados esmerados persiste en la lectura una sensación de fuego vivo que quema, no de artesanía minuciosa, porque insistamos: Zanardi es el interior estridente y de contrastes, de su autor hecho cómic. Una obra particular, incomparable (aunque relacionada con las vanguardias italianas a las que se adscribió Pazienza, y deudor del underground norteamericano). Y hay que hacer mención del Pazienza a color que nos brinda este tomo, el relato Noche de Carnaval donde todas las caras del autor alcanzan unas cotas de bárbara belleza difícilmente superables. Amor y muerte con todos los colores que pueden contener las páginas de un tebeo.

La edición de este libro es otra muestra del buen gusto de la editorial logroñesa, que ha apostado por servir portadas de diferentes colores para que cada cual elija su favorita. Tierra de vinos excelentes y de editores que son un regalo para los lectores. Ya puestos, qué mejor que leer Zanardi bebiendo un buen rioja.

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