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Meridianos del amor

La subjetividad herida y el ruido del mundo en Juhani Aho

Solo - JUHANI AHO - Errata Naturae, 144 páginas

Es de suponer que la distancia que en 1889, año de la Exposición Universal, separaba París de Helsinki iba mucho más allá de un cálculo que se pudiera reducir a una escala quilométrica. Más de un meridiano cultural, conductual y psicológico separaría el fragor francés, ombligo del mundo por entonces, de la paz finesa, comarca ajena a toda influencia que no llegara de Suecia o, a lo sumo, de Rusia. Y cabe así mismo imaginar el impacto que en un habitante de las latitudes del Norte tendría la inmersión en el tráfago de los bulevares diseñados por el barón Haussmann, en el flamante sky line proyectado por el ingeniero Eiffel y en las atracciones y licencias que proponía la vida en la gran capital. Máxime, huelga decirlo, cuando este visitante ya maduro, aburrido y sedentario, golpeado por una existencia que amenazaba con perpetuarse en una indefinida grisura, y que, mediante una imagen poco complaciente, se contemplaba a sí mismo como "un arco distendido", venía huyendo de la más desoladora evidencia: la del amor no correspondido.

En realidad, Juhani Aho, el autor de Solo, creó con esta peripecia melancólica un roman à clef. No por conocidas, las circunstancias del drama resultan menos interesantes, en especial para comprender las aristas de la cultura finlandesa de la época. Aho, uno de los fundadores de la narrativa moderna de su país, se había enamorado de una mujer diez años más joven, Aino Järnefelt, quien, entre tanto, mientras el escritor la cortejaba sin éxito, se había prometido en secreto con otro hombre. Este segundo pretendiente era nada menos que Jean Sibelius, el más importante compositor que Finlandia ha dado a la historia de la música. La publicación de Solo provocó una incómoda situación en el triángulo Aho-Järnefelt-Sibelius, aunque las aguas se calmaron y años más tarde escritor y músico firmaron una paz estable.

Solo transita una doble vía: visión de la subjetividad herida por un lado; inmersión notarial en el ruido del mundo por otro. Su protagonista es un trasunto de Oblómov (Gonchárov es, de hecho, la única referencia literaria que se menciona en la novela), un alma noble pero negligente, que transcurre entre la inacción y la duda, y que cuando al fin se decide a tomar las riendas de su vida apenas conoce el despecho. Con una obsesión por bandera, la llegada de este fallido enamorado a París sacudirá sus inercias y lo convertirá en un flâneur que recorre los centros del poder y del placer de la Babilonia reencarnada. Y aunque Solo no es una gran novela de amor, pues en su tema y clima, fundados sobre el naturalismo y el psicologismo, no alcanza las cotas de otros contemporáneos (Solo no es La muñeca de Prus, por citar un himalaya en lo que se refiere al tratamiento de los riesgos y debacles de la pasión), constituye un interesante documento, el de una sensibilidad provinciana expuesta al embrujo de la ciudad que, en aquel momento, resumía todos los atractivos existentes.

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