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Una invitación a la locura del frío

La acústica de los iglús | ALMUDENA SÁNCHEZ | Caballo de Troya, 155 páginas

Y me trago un par de lágrimas, que es el oficio más inútil del mundo

En los diez relatos que componen la partitura de La acústica de los iglús la soledad se cuela por las rendijas del espejo de la vida. Tiempos perdidos entre llantos y anestesia, montañas que escalan gerundios, manos que delatan a la gente, zoos ilógicos, arenas movedizas con memoria de elefante, árboles fugaces, tormentas en un vaso de lluvia, madres de puntería infalible, aventuras cósmicas (y cómicas en incierto modo), natación en el aire, odiseas en el espacio, infiernos de naftalina, sueños que son recuerdos artísticos, nadadores ciegos, música de matemáticas, hoteles malditos y malditas piscinas, besos que suenan a sonata triste, perfumes vaginales, teleféricos con nostalgia de eclipses, horizontes culpables, pentagramas de muchísima lluvia, actrices con luz de "Luna", lecciones de fingimiento y esqueletos soñadores. Ah, y escapadas con Jean-Paul Belmondo. Al final.

Almudena Sánchez escribió La acústica de los iglús con la intención de que fuera "un libro sensible, que emocionara por su carácter sensorial. Y que también tuviera un punto atrevido, tierno, chisposo, cinematográfico, haciendo énfasis en la música de las palabras, que al final, es un estilo y una manera de ver la vida. Las atmósferas son importantes. El humor, lo absurdo de este planeta, que gira y sigue girando lleno de basura y bosques tropicales".

Por otra parte, "el libro tiene diferentes texturas y está presente lo orgánico y lo que no encaja. Los personajes me interesan más por lo que sienten que por lo que son y se mueven sin entender por qué lo hacen. En Las olas, Virginia Woolf escribe: "(...) Ando por la vida golpeando cenizas, golpeando esto y lo otro, ensuciando tantas cosas (...)". Más o menos, esa sería una buena definición de La acústica de los iglús. Los momentos de desequilibrio, las alucinaciones, los estados de shock, la adolescencia, las inquietudes -sobre todo la sexual y la artística- creo que se reflejan en distintos relatos. Eso tiene que ver con mi forma de ser".

En La acústica... también hay "un ansia por flotar, por despegarse de este suelo asfáltico y peligroso que nos lleva, casi siempre, a la ruina y que estamos destinados a transitar: siempre pisando calles vacías. Es un libro que sueña, se lamenta y reivindica cosas perdidas como la filosofía, las cabinas telefónicas, los teleféricos, las furgonetas sin calefacción y las arenas movedizas. Los personajes tienen conflictos con su cuerpo: hay cicatrices de todos los tamaños y profundidades. Además de barro, soledad, estrellas, despidos, ternura y fuego y es, quizá, la contraposición de elementos lo que me motivó -me hizo creer- que este libro podía ser posible. Una invitación a la locura del frío". Irrechazable invitación.

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