A Maggie le sobra carácter. Y pasión y sentido del humor. Pero la verdad es que nada va bien desde que una grave enfermedad le ha arrebatado el sentido de la vista y, con él, sus sueños de convertirse en deportista profesional e incluso a sus amigos, que han perdido interés en ella desde que no puede conducir a su equipo a la victoria. Un día sufre una aparatosa caída y se levanta en posesión de un chichón y algo mucho más alucinante: la visión. Bueno, no la visión exactamente. Más bien la capacidad de ver a Ben, un niño de diez años distinto a todas las personas que Maggie a conocido durante su vida.