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Fuera del mapa

Lawrence Osborne desmitifica los viajes exóticos

El turista desnudo - LAWRENCE OSBORNE - Gatopardo - 280 páginas

A finales del siglo XVIII, un francés, Xavier de Maistre, hermano del famoso filósofo contrarrevolucionario Joseph de Maistre, fue condenado a arresto domiciliario por batirse en duelo. En tales circunstancias hizo lo mejor que podía hacer y viajó sin salir de la habitación. Se inspiró en las pinturas, los libros, su criado, su perro y su amante. Y escribió un Voyage autour de ma chambre (1794). Trataba de un largo paseo en el que, de hecho, nada sucede realmente, salvo la experiencia de contarlo. Nadie teme en el viaje de De Maistre a las inclemencias del tiempo, a los ladrones, los precipicios o los socavones de la carretera. Miles de personas, escribía, jamás se atrevieron a viajar antes, otros no pudieron, y hay muchos más que jamás lo soñaron. Después de mi ejemplo, añadía, algunos se decidirán a hacerlo. El extraordinario "tour" le ocupó 42 días al viajero sedentario y le salió barato. Mientras pensaba, soñaba, leía y recordaba, aprendió a ver el mundo con nuevos ojos. Repitió la experiencia poco después con una expedición nocturna alredor de la misma habitación y fue todo lo lejos que le permitió reírse de los viajeros turistas de París o de Roma.

Dos siglos y una década más tarde, un inglés, Lawrence Osborne, se propuso emprender un viaje distinto a cualquier otro en busca de un lugar alejado de la civilización para darse cuenta de que todos ellos, incluso los más remotos, han acabado por convertirse en parques temáticos en los que resulta casi imposible eludir a los operadores turísticos o a quienes pretenden emularlos. El turismo es el negocio más grande del mundo. Osborne, un viajero profesional dispéptico, encuentra en el sufrimiento una perversión placentera. El mismo vocablo ingles para viajar, travel, proviene del francés travail, que tiene que ver con trabajar. Un castigo. El viaje es doloroso. También aburrido y sin sentido, ya que la maquinaria eficiente del turismo de masas ha elaborado un mismo traje único para todos, un destino sintético. No importa a donde vaya, Osborne propone en El turista desnudo, una divertida investigación, en ocasiones profunda, sobre los viajes y sus insatisfacciones. Para él, todos los lugares son el mismo lugar, sin embargo el turista intenta ver en ellos cosas distintas movido por la fe y el hambre de experimentar nuevas sensaciones. A veces el gran objetivo es el autodescubrimiento. En otras, el viajero quiere dejar el mundo en el que vive para llegar a un lugar mítico más allá del tiempo y de la historia conocida. Otras, viajar cubre únicamente la necesidad primitiva de vagar, tal vez un legado de nuestros orígenes de cazadores recolectores.

Lawrence Osborne experimenta todo esto y más: emprende su camino al que podría ser el destino más remoto del planeta, los pantanos de sagú y selvas tropicales del sur de Irian Jaya (Papúa Nueva Guinea). Cuando preguntó a los antropólogos todos coincidieron en señalarlo como el culo del mundo. El núcleo duro fuera de los mapas. Un sitio donde a los propios profesionales les costaba conseguir permisos para trabajar: plagado de selvas espectrales con cabañas construidas a sesenta metros de altura en las copas de los árboles y habitadas por indigenas de rostros inexpresivos y demacrados, vestidos con fundas fálicas hechas con picos de cálaos. La Edad de Piedra, según una compañía de viajes de Indonesia. Afortunadamente, no llega allí en un pispás. Cuesta hacerlo, hay un montón de paradas, Dubai, Calcuta, Bangkok y Bali, todas ellas repletas de pequeñas molestias, inconvenientes y mal gusto, que preparan al viajero para lo que se avecina. La selva puede esperar, piensa.

Un viaje acaba siempre, concluye al final del libro. Y el viajero siempre lo olvida. "Pero hay que seguir viajando. Decidí firmemente que al año siguiente iría a Madagascar, porque nunca había estado en Madagascar, ni una sola vez, y últimamente todo el mundo iba a Madagascar".

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