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La vida en un instante

Drogas y arte se cruzan en la novela olvidada de Clarence Cooper Jr.

La escena | CLARENCE COOPER JR. | Sajarin | 369 páginas

Las drogas y el arte han supuesto a lo largo del tiempo un binomio muy tendente a la mitomanía. La literatura no es ajena a esa venerada unión -de los beatneaks en adelante sobremanera-, pero probablemente muy pocos autores habrán hablado de las adicciones, y muy particularmente de la adicción a la heroína, con el conocimiento de causa que lo hizo Clarence Cooper Jr. en La Escena, una olvidada novela de 1960 que se mueve entre lo policíaco y lo social y que hará las delicias de los seguidores de la serie "The Wire" -Omar, uno de los camellos de aquella serie, recuerda en parte a Rudy Black- así como de quienes admiren el pulso narrativo de autores como Dennis Lehane.

Clarence Cooper Jr., como quiere el mito romántico, vivió deprisa y murió solo y en la ruina con poco más de cuarenta años. Hasta entonces le había dado tiempo a ser redactor de periódicos, engancharse a la heroína a finales de los años cincuenta, quedar atrapado en las fauces de la adicción y escribir, al menos, una obra memorable: La Escena. La novela tuvo éxito de crítica, pero no vendió lo suficiente como para afianzar al joven afroamericano que la había pergeñado como escritor profesional. Ese fiasco y su cariño por la heroína le llevaron a publicar el resto de su obra en editoriales marginales al tiempo que entraba y salía de la cárcel.

La Escena es un conjunto de calles de una ciudad estadounidense cualquiera, un barrio marginal en el que se reúnen prostitutas, peristas, policías, rateros y demás ralea. Rudy Black es un yonqui, chulo y camello que ha tenido un golpe de suerte y conseguido la confianza del Hombre -el capo de la droga en el barrio- y está escalando puestos en la organización criminal. Patterson y Davis son una pareja de policías de la Brigada de Estupefacientes -un novato detective el primero, un curtido sargento el segundo- que tienen duros enfrentamientos metodológicos: la visión de Patterson, que ha pasado por la universidad, es idealista y científica; la de Davis, que se ha curtido en las calles y las conoce mejor que nadie, realista, descarnada y brutal.

Los ingredientes están servidos y La Escena, fiel reflejo de una realidad incómoda donde se muestran "tantos especímenes que una liebre no podría menearles el culo a todos" -signifique eso lo que signifique-, nos enseña un pequeño teatro del mundo, donde cada uno trata de engañar lo que puede para ir tirando y siempre pierden los mismos, sobre todo si están enganchados al caballo. Así nos define el narrador a Rudy Black: "Su vida cabía en un instante. No había días en su mundo de yonqui. Solo había momentos para pillar y momentos para ponerse y momentos para amuermarse y volver a pillar". Y esta es la idea que Patterson tiene de él: "Rudy Black es otra cosa, creo. ¿Ha visto alguna vez algo tan sucio que no hay manera de limpiarlo? Así es Black".

Escrita con la contundencia de un puñetazo, La Escena convierte la poesía que desprenden los neones y las calles mojadas en parte esencial de una gran novela en la que todas las piezas encajan.

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