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Calasso, viaje a la civilización de la mente

El escritor y presidente de Adelphi prosigue su historia del conocimiento con El ardor, un gran libro sobre el ritual védico del sacrificio en la India antigua

El ardor - ROBERTO CALASSO - Anagrama 550 páginas

Roberto Calasso (Florencia, 1941), presidente y director literario de Adelphi, se ha propuesto escribir la gran novela de la erudicción. Un libro infinito que incluye a Kafka, Tiepolo, Baudelaire, la India védica, los mitos, etcétera, con el pretexto de devolver algunas de las viejas y esenciales preguntas a una actualidad que apenas tiene respuestas para las suyas. En El ardor, Calasso, que ya había dedicado una de sus obras más sugerentes, Ka, a la religión de la antigua India, se centra en el sacrificio, un concepto que ritualiza la violencia en un mundo lejano que se nos presenta de golpe como un meteorito caído en algún lugar de las galaxias remotas.

Hace más de tres mil años, en el norte de India, hubo una civilización muy avanzada que no dejó rastro, excepto a través de una enorme cantidad de textos, transmitidos por vía oral. Era un mundo cerrado y autosuficiente, con tendencia al aislamiento, gobernado por visionarios y defendido por guerreros. Unos y otros representaban el orden en las dos formas que posteriormente hallamos en la historia de la humanidad: auctoritas y potestas .

El reino védico imitaba un territorio de sueños habitado por presencias etéreas y apoyado por el conocimiento: el saber, el vedas. La suya no fue una civilización material, sino de la mente. Los hombres que vivían allí hacían de su existencia un pensamiento extremo, un mundo más basado en la mente que en lo visible. Luego, todo desapareció para resurgir en acontecimientos posteriores de la historia y en las civilizaciones que llegaron más tarde. De ese lugar de conocimiento remoto trata el nuevo libro de Calasso, sin querer decir por ello que no abunde en otros aspectos.

El de Roberto Calasso es un viaje al conocimiento sin fin del Partenon védico que arroja el sabor de la incertidumbre. Hay páginas en las que el autor condensa observación y reflexión desde la distancia sideral de la propia historia de la sabiduría india. Se percibe el esfuerzo continuo por explorar una variedad de respuestas a la pregunta de qué sentimos, a qué nos enfrentamos, o lo que significa para nosotros el ser humano. Piensa en Parménides o Platón, en el Antiguo Testamento, en Cristo, en Schopenhauer, Lutero, Kant, Kierkegaard o Kafka, Goethe, Baudelaire, Proust y Descartes, en Durkheim, Hertz, y también en Marcel Mauss, considerado uno de los padres de la antropología.

Si el hombre, como se lee en el prólogo de Zaratustra, es una liana tendida entre la bestia y el superhombre, en la India de los Vedas aparece aplastado entre los dioses y los animales: se trata de una criatura asustada y vulnerable, hasta el momento en que se convierte en depredador por imitación, utilizando las piedras de sílex astilladas y las flechas como los colmillos y las garras de sus ejecutores. Ahí subyace el ritual del sacrificio cuyo riesgo es parecerse demasiado a la matanza de un animal, de hecho nos referimos como sacrificios a las reses desangradas en los mataderos. Prajapati, tras haber engendrado el mundo de los hombres y los dioses, los miró como si fueran algo extraño y desconocido: "Si completase el sacrificio con los animales domésticos, los caminos convergerían, las aldeas tendrían límites cercanos unas con otras, y no habría osos, hombres tigre, ladrones, asesinos y bandidos en los bosques. Si completase el sacrificio con los animales salvajes los caminos divergirían, los límites de las aldeas serían distantes y habría osos, hombres tigre, ladrones y bandidos en los bosques". Los animales eran el teclado entre el mundo de los dioses y el de los hombres.

Ninguna civilización fue capaz de ponerse en el centro de este nudo trágico y oscuro con el mismo ardor que lo hizo la civilización india de los Vedas, que perdió el interés en las conquistas y el armamento militar, pero dejó una gran cantidad de tratados, himnos, fórmulas que parecen girar siempre alrededor del eje de la yupa (el poste), el sacrificio, polo y eje del mundo.

"La actitud sacrificial implica que la naturaleza tiene un sentido, mientras que la actitud científica nos ofrece la pura descripción de la naturaleza, de por sí desprovista de él", escribe Calasso en este nuevo episodio de su apasionante historia de la inteligencia. Leerlo equivale a extraer inquietantes conclusiones.

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