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Adiós a los viejos bailes

El buen soldado, la novela de Ford Madox Ford, vuelve a sorprender felizmente al que la ha leído; para el resto se traduce en un gran hallazgo

El buen soldado | FORD MADOX FORD | Sexto Piso, 2016, 256 páginas. 20 euros

Esta es la historia más triste que he oído jamás". Ford Madox Ford (Merton, Reino Unido, 1873-Deauville, Francia, 1939) comenzaba así quizás la mejor de sus novelas, El buen soldado, una obra modernista perfecta de un caballero genuinamente victoriano empeñado en revolucionar la narrativa y que anticipa textos posteriores de otros autores. Publicada en los noventa con una muy elogiada traducción de José Luis López Muñoz, Sexto Piso la reedita ahora vertida al español por Victoria León. Imprescindible.

Se trata de una pieza singular de la literatura, una obra maestra que se repite como una sorpresa a quienes han tenido la ocasión de leerla antes. La trama resulta simple sólo en apariencia. Dos parejas ricas, una estadounidense y otra británica, los Dowell y los Ashburnham, se reúnen en un balneario en Alemania y mantienen una cómoda amistad durante años, un delicado minué de los sentimientos, hasta que se descubre que la esposa americana y el marido inglés viven una aventura que la mujer del segundo conoce, pero no así el cónyuge de la primera. Tras la muerte de los adúlteros, salen a la superficie aspectos asombrosos de la conducta y del significado emocional de la relación. Narrada por el marido americano la historia adquiere tintes detectivescos que el narrador sin embargo no persigue. En realidad, no pretende investigar nada. Los hechos acuden a él de mala gana, ya que habría preferido seguir desconociéndolos: el suspense, por más que resulte dramático, no depende de lo que ha sucedido, las emociones más apasionadas e intrigantes se manifiestan en pequeños gestos o breves comentarios a lo largo de la novela. Ford utiliza flashbacks y flashforwards para conseguir un eficaz efecto narrativo, una sensación permanente de aprensión y sorpresa. La técnica sería más tarde muy utilizada, por medio de las imágenes, en el cine.

Dowell se refiere a su historia como la más triste que ha oído jamás, como si una y otra no le pertenecieran. Confiesa que no sabría explicar lo que se siente al ser un marido engañado. Como si nada, responde con ánimo esta vez de engañarse a sí mismo, mientras se estremece por el peso de los propios sentimientos. La voluntad de entender lo que ha sucedido lo impulsa y, a la vez, se retuerce por miedo a hacerlo. Deambula y se desvía, camina en círculos y esquiva, en ocasiones se desliza sobre la superficie a lomos de una imagen vivida, una broma, una afirmación cruda de la realidad. Rehuye la desesperación por medio de la retórica. ¿Quién sabe nada de los corazones de los hombres? Únicamente rumia su soledad. "Sólo sé que estoy solo, terriblemente solo".

El mundo de los Dowell y los Ashburnham parecía perfecto, pero con los años el minué -"¿no hay ningún cielo donde los viejos y hermosos bailes y las viejas y hermosas amistades puedan perdurar eternamente?"-, se convierte en una prisión con complicaciones desagradables que implican el chantaje, el adulterio y el engaño. Las fachadas de la moralidad se desmoronan, se rompen las vidas, de modo tumultuoso, agónico y nada romántico. Todo es oscuro, repite el autor de El buen soldado.

La novela, publicada por primera vez en 1916, se llamó inicialmente La historia más triste pero teniendo en cuenta cómo se encontraba Europa el año en que vio la luz, su editor pensó que no era el título apropiado. En su carta dedicatoria a la pintora australiana Stella Bowen a la que nombra por su apellido como si se tratara de su esposa, Ford explica cómo recibió el telegrama de John Lane y le disparó el mecanismo de la ironía al responder: "Estimado Lane, ¿por qué no El buen soldado?". El caso es que el editor lo tomó por la palabra y seis meses después, para su horror, el libro apareció con ese título. Después no lo quiso cambiar para no crear confusión entre los lectores.

En la época que le tocó vivir a Ford, la Europa feudal se había desintegrado con la Gran Guerra y él fue lo suficientemente astuto como para compaginar la inevitabilidad de esa desintegración del mundo de ayer y su tristeza.Con el paso del tiempo, Madox Ford se convirtió en un escritor de escritores, de Graham Greene a Anthony Burgess, hasta llegar a algunos de sus grandes valedo-res de hoy, Julian Barnes o Ian McEwan, pero probablemente infravalorado por el gran público lector. A él se debe otra joya posterior, El gran desfile, la tetralogía que, al igual que sucede con El buen soldado, retrata magistralmente la confusión de la aristocracia inglesa ante los cambios que supuso la llegada del siglo XX. Hay ciertos escritores que no debemos perder de vista. Ford Madox Ford es uno de ellos.

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