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Dos colosos en combate

Monty y Rommel, vidas paralelas - PETER CADDICK-ADAMS - Ático de los Libros, 768 páginas

Fueron dos colosos del escenario bélico que mantuvieron en los campos de batalla de Africa el duelo más memorable de la II Guerra Mundial: el británico Bernard Law Montgomery y el alemán Erwin Rommel. Entre octubre y noviembre de 1942, los militares más prestigiosos de ambos bandos dirigieron en la segunda batalla de El Alamein unas fuerzas muy desiguales (el Afrika Korps tenía todas las de perder) que solo podía terminar con la victoria aliada. Ganó el británico y eso lo aupó en su carrera, pero la férrea e imaginativa resistencia del alemán también contribuyó a que su imagen subiera enteros a los ojos de Berlín, sin sospechar el trágico final que le esperaría: fue empujado al suicidio como presunto simpatizante de la trama que intentó quitar de en medio al siniestro Führer. Monty y Rommel volverían a verse las balas en tierras europeas, pero en circunstancias muy distintas.

Peter Caddick-Adams se pregunta: "¿Tenían un carácter similar o solamente recorrieron el mismo camino en la vida y en la guerra? "Fueron polémicos y "estuvieron en guerra tanto contra el enemigo como contra sus superiores". Y, sin embargo, sus nombres aún son célebres "a pesar del tiempo transcurrido desde sus hazañas". "Monty", resume el autor, "sería un pintor cortesano reconocido que creería que su influencia era mucho mayor de lo que realmente era, célebre por sus muchas manías personales, y mantendría un taller lleno de aprendices, mientras que puede que Rommel fuera reconocido finalmente como lo que siempre fue: un hombre descuidado, inspirador y a menudo brillante pero, sobre todo, un solitario". Hay dos aspectos de incuestionable valor en el trabajo del autor: la ecuanimidad con la que aborda a las dos figuras exponiendo tanto lo bueno como lo malo y el infatigable trabajo de investigación que sostiene su narración, de una amenidad y precisión a prueba de bombas. Muchas cosas les unían en sus orígenes e incluso en su apariencia física, y, por supuesto, en sus métodos de mando, pero se distanciaban cuando de planificar la pelea se trataba. Rommel era intuitivo, fantasioso, impredecible. Monty era como una roca, implacable y metódico. El autor no oculta los testimonios de quienes veían una "latente (o activa)" homosexualidad en él. Ambos eran sobrios y gustaban de la soledad. "Compartían el don de la comunicación". Y eran vistos por sus compañeros como extraños, ajenos a la casta militar.

El Zorro del desierto era, en palabras del mariscal de campo de la Luftwaffe Albert Kesselring, "el mejor líder de tropas en rápido movimiento, pero solo hasta el nivel de ejército. Por encima de ese nivel, todo le venía grande". Pero esa virtud, que permite ganar batallas, quedaba desactivada por el escaso apego que sentía por las labores logísticas. Monty era mucho mejor en asuntos de la trastienda. "La fuerza del carácter de Monty, su capacidad de dominar el escenario y su profunda profesionalidad alteraron el equilibrio en el Norte de África de la noche a la mañana". De ahí que triunfara en los primeros compases del Desembarco de Normandía pero fracasara al guiar a sus fuerzas a sus hombres tierra adentro, con pugnas constantes con Patton o Eisenhower. El fracaso de la Operación Market Garden en Holanda se convertiría en su peor pesadilla. Tuvieron finales muy distintos. Rommel se suicidó para evitar represalias de Hitler contra su familia. Monty murió ya anciano.

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