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Los enjaulados

Maya Angelou y su empeño de redención de los afroamericanos por la palabra

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado - MAYA ANGELOU - Libros del Asteroide, 352 pp.

A veces el ejemplo ilumina el todo. Un primer plano explica el paisaje, la época, el universo en su compleja resonancia. En Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, primera de las siete novelas autobiográficas que Maya Angelou dedicó a contar la vida de una mujer negra en la Norteamérica del pasado siglo, hay una escena memorable que en sus tres movimientos -esperanza, derrota, redención- sintetiza las miserias y logros de una condición racial en un momento preciso de la Historia.

Ese espejo revelador, que engrandece nuestra perspectiva mediante el paradójico expediente de focalizarla, lo sitúa Angelou el día en que los niños de la Escuela Normal del Condado de Lafayette, en Arkansas, preparan su ceremonia de graduación. Estamos en 1940. La atmósfera esa mañana es de fervor inusitado, y Maya, llena de talentos, transpira a sus doce años el mundo fecundo que se abre ante la imaginación de cualquier niño inteligente. El futuro está ahí, latente como un corazón.

Pero a la hora de los discursos, el señor Donleavy, un hombre blanco que representa a las autoridades educativas del Estado, se enorgullece de la escuela dadas las extraordinarias aptitudes de algunos de sus miembros? para el deporte. La figura totémica del atleta negro ahoga otras posibilidades. La abogacía, la medicina, el arte son reductos blancos. Al negro corresponde llenarse la boca de himnos religiosos, las acrobacias del baloncesto, los oficios subalternos. Maya, que piensa en madame Curie y en las pinturas tahitianas de Gauguin, revienta de rabia al advertir que la expectativa máxima del negro es ser Jesse Owens, no Thomas Alva Edison. En su furor callado, la niña proyecta una escena aterradora, una monstruosa pirámide de razas muertas: los holandeses con sus zuecos de madera, los franceses anegados en Luisiana, los indios con sus ridículos tomahawks, los negros con una fregona por bandera, los chinos ahorcados en sus coletas. Es una imagen de una ferocidad apabullante, la metáfora de un talento que se abrasa. El ser humano, acepta Maya en el que debería haber sido el día más feliz de su vida, es un opresor. La fórmula, no por diáfana, resulta menos hiriente: "Era horrible ser negra y no poder controlar mi propia vida".

Al movimiento del fracaso sigue sin embargo el del orgullo, la recuperación de la propia historia, una historia de opresión y superación, en boca de un compañero de promoción, Henry Reed, que concluye su discurso recitando Lift every voice and sing, de James Weldon Johnson, verdadero himno nacional negro, allí donde los versos "Hemos llegado por un camino / regado por las lágrimas, / hemos llegado abriéndonos paso / por entre la sangre de los degollados" transparentan a Maya la necesidad de mejorar, de empeñarse, de dejar atrás la ignorancia y la superstición a pesar de los Donleavy de este mundo. Ese empeño que a Angelou, pionera que en palabras de Toni Morrison "abrió el camino de la escritura a las mujeres afroamericanas de Estados Unidos", condujo a escribir libros memorables.

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