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Pequeños sorbos de la vida misma

El escritor Isaac Pachón publica su primer libro autoeditado, 'Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café', que reúne 28 relatos cortos

Cosas que escribí... - ISAAC PACHÓN - Autoedición, 195 páginas

Que un libro autopublicado logre colarse en los anaqueles de las librerías y en las páginas de suplementos y blogs culturales de todo el país constituye, sin duda, una proeza. Este ha sido el recorrido de Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café (Autoedición, 2015), del escritor barcelonés Isaac Pachón, una celebración de la cotidianeidad repartida en 28 relatos breves o sorbos literarios de prosa sencilla y lectura ágil, que hila distintos universos y conflictos del día a día y los desanuda en lo que se enfría un café.

Una hilera de escenarios y ciudades, en los que confluyen amores secretos, infidelidades, idas y venidas entre el cielo y el infierno, la vejez, la memoria o la paternidad disponen los ejes sobre los que pivotan las reflexiones de Pachón, que presenta en una cuidada edición de producción propia.

Tras participar en numerosas publicaciones y antologías narrativas, su debut literario nace entre los portazos de varias editoriales, "muchas de ellas cerradas con doble llave", en palabras del autor, quien lejos de claudicar se embarcó en las sinuosas pistas de la autoedición y autopublicación.

Un grupo de amigos, entre los que destacan la filóloga Cristina Buquet, responsable de las correcciones y "tijeretazos" del borrador definitivo, o la publicista Paula Campos, que firma un particular "prólogo cafetero con media cucharada de azúcar moreno", contribuyó a convertir este proyecto en una realidad impresa de 195 páginas. También es digna de mención la originalidad de su portada, diseñada e ilustrada por Pere Olivares. "¿Os imagináis a un futbolista diseñando sus botas, hinchando el balón, ideando una táctica y marcando goles? Pues esto es autoeditar", escribe Pachón.

El resultado de esta aventura literaria es una antología de cuentos que combina esperanza, desgarro, fantasía, magia y emotividad, que tiene su gran acierto en unos giros fortuitos y finales inesperados, pero a la que tal vez le haría falta depurar aspectos relativos al estilo, el lenguaje y la expresión literaria. Sin embargo, como primer sorbo de una lectura estival resulta una cata amena, trufada de guiños y anécdotas cercanas y, a un tiempo, imaginativas.

Con todo, los relatos compilados en Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café registran distintas temperaturas y, tal vez de forma inconsciente, se entibian a lo largo de la lectura, de modo que sus mejores piezas se concentran en el primer tramo del libro. Entre ellas, destaca Caroline, que abre la obra con un relato sobre los secretos alojados entre las paredes de una cafetería; El contagio, una metáfora del efecto contagioso del bostezo; y sobre todo, Bellini, un sutil juego de dobles inspirado en aquella máxima de Atticus Finch sobre aprender a caminar en los zapatos del otro.

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