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EL SÁBADONada es lo que parece

Juan Marsé avisa en su última novela, "Esa puta tan distinguida", de las estrategias de la desmemoria a partir de un extraño crimen cometido en Barcelona en el año 1940

El escritor catalán Juan Marsé.

Abre Juan Marsé su última novela, Esa puta tan distinguida, con las respuestas a un cuestionario del que se nos escamotean las preguntas. Tampoco importa. Deja en ese texto suficientes pistas personales ("hijo adoptivo", "perdí este dedo a los quince años, se lo tragó una laminadora"?) para hacernos creer, sin sobar demasiado la fatigada fórmula de la metaficción, que la voz narrativa en primera persona de esta historia coincide biográficamente con la suya. "Es, seguramente, mi obra más autobiográfica", ha manifestado a raíz de la publicación de este libro. Pero lo decisivo de ese recurso, más allá del indudable interés del contenido de estas líneas liminares (por ejemplo: "la verdadera patria del escritor no es la lengua, es el lenguaje"), es que contribuye a dar verosimilitud a la materia narrativa y amplía los dispositivos novelísticos de un autor tan fiel a su mundo literario.

Marsé, uno de los dos o tres grandes novelistas españoles del último medio siglo, vuelve a sus conocidos escenarios barceloneses y a esos personajes menesterosos que suelen ofrecer una plausible imagen de la complejidad de la condición humana. A sus ochenta y tres años, el novelista escribe aún con una libertad y una solvencia admirables. No hay sombra de decadencia; al contrario, vemos en Esa puta tan distinguida una gratificante expansión de las vetas irónicas del escritor catalán y una mordacidad crítica que añaden variedad a la base argumental de la novela.

La narración se despliega desde tres planos temporales: la voz en primera persona (funcionalmente da lo mismo si es la de Marsé o no) recuerda desde el presente que a mediados de junio de 1982, cuatro meses antes de aquel primer e histórico triunfo electoral del PSOE, recibió el encargo de escribir un guión de cine sobre un extraño crimen. A principios de enero de 1949, en la larga posguerra, el operador Fermín Sicart estrangula con un trozo de celuloide, en la cabina de la sala Delicias y mientras se proyecta Gilda, a Carolina Bruil, una prostituta alcoholizada que ha perdido a su hijo y que mantiene relaciones con el falangista Ramón Mir, quien también la utiliza para dar con las huellas de algunos antifranquistas clandestinos, caso del anarquista Liberto Auge, mentor de Sicart. Una advertencia para desprevenidos: Marsé, que confía "más en la escritura que en el blablablá", que pide "menos adjetivos y más sustantivos", dedica una hilarante página a poner distancia con la novela negra.

En varias entrevistas con el narrador, el autor del crimen va desgranando algunos capítulos de su historia, incluido su paso por el manicomio de Ciempozuelos, donde el psiquiatra filonazi Tejero-Cámara (hay quien ha visto en este doctor un trasunto de Antonio Vallejo-Nájera) le somete a un tratamiento con el que Sicart olvida el motivo por el que asesinó a Carol: "Yo sé cómo lo hice, pero no me pregunte por qué lo hice". La escritura de ese guión de encargo permite, desde el humor y el sarcasmo, el enjuiciamiento negativo de buena parte del cine español. Marsé ha sido siempre muy crítico con las versiones cinematográficas de sus novelas. Y, también, el deslizamiento de algunas pullas contra notables figuras del nacionalismo catalán. Así, en una revista de "varietés" aparecen los payasos Rufián y Tardá o una tal Pilar Rajola. El autor escribe en uno de los parágrafos del ya citado primer capítulo: "No perdamos el tiempo con bobadas. No milito bajo ninguna bandera. Decía Flaubert que todas están llenas de sangre y mierda y que ya va siendo hora de acabar con ellas".

Pero el asunto principal de Esa puta tan distinguida (no se trata, claro, de la prostituta asesinada) es el de la memoria, o, mejor dicho, el de la desmemoria en la que vive anclado Sicart a partir de la amputación de un recuerdo fundamental de su pasado: saber por qué mató a Carolina Bruil. "¿No habrá que empezar a considerar ese olvido manipulado y reconstruido, o injertado, por decirlo así, como la materia primordial de la historia, la más interesante y veraz?", se pregunta el narrador, consciente de que ninguna de esas interrogaciones de fondo tendrá cabida en la futura película. Y antes: "No. El olvido puede ser involuntario. La desmemoria, sobre todo en este país, suele ser una falacia perfectamente planeada? Pero dejémoslo". Y aún más: "Puesto que el asunto que de verdad te motiva y te interesa -la desmemoria, la falsedad, la suplantación de personalidad, la culpa no asumida, el fingimiento- no cuenta ni para el productor ni para el director de la película, ¿por qué no abandonas?".

El crimen de la cabina de proyección del cine Delicias es, en realidad, el hilo del que tira Marsé para mostrarnos otra cosa. Y en este punto es inevitable pensar en la embrollada madeja de la transición política a la democracia que se hizo en España y de cómo las preguntas nucleares quedaron sin respuesta mediante la implantación de la desmemoria, una inducida amnesia para borrar tramos completos del pasado. Al final de Esa puta tan distinguida entendemos por qué en el socorrido capítulo inicial de la novela, el autor afirma: "No. Si le cuento de qué va, lo estropeo. Porque esta novela es una especie de trampantojo, nada en ella es lo que parece, empezando por el título".

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