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El comisario Montalbano se hace mayor

La última entrega en español del personaje de Andrea Camilleri

Una voz en la noche | Andrea Camilleri | Salamandra, 224 páginas

Enhorabuena, adictos españoles a las aventuras del comisario Montalbano y de sus compañeros o amigos en la imaginaria (no tanto) Vigàta, en la Sicilia profunda aunque marítima. Acaba de salir en español la penúltima entrega protagonizada por el héroe que hizo famoso a Andrea Camilleri (1925; sí, cumplirá 92 años en septiembre) cuando se negó a jubilarse por completo, a ponerse la mantita a cuadros para, en vez de ello, sentarse a escribir y a escribir y a escribir. Nos falta aún otra novela montalbaniana (fechada en 2013 en italiano, Un covo di vipere; en español sería Un nido de víboras: veremos cómo la traducen), de modo que hay que esperar, quizá leyendo Mujeres, de la que ya escribí aquí mismo, que no pertenece a la serie de la comisaría vigateña o vigatense, pero que es posterior en su escritura, 2014, a esta Una voz en la noche, escrita en 2012. Ya llegó, pues, Camilleri a la treintena de las pesquisas de Montalbano y compañía.

Que Camilleri escribe demasiado se nota, como a todos. En esta novela, se nota en cosas que ya se iban apuntando en su autor (un anciano que, encima, fuma). Casi todo es diálogo y la trama arma un lío de tan potente magnitud y poca profundidad que desvía al lector de la misma para centrarlo en la evolución del comisario, en su total desencanto y en la aparición de sus primeros olvidos y miedos, frutos ambos de los 58 años que con tanto dolor y rabia cumple. Para hacerlo, se apoya Camilleri en un presunto suicidio del dueño de un supermercado (cosas de la mafia), en un joven descerebrado y el asesinato de su chica, en varios políticos implicados, en un ir y venir del argumento, confuso y liado y lioso. Desde luego, no faltan las bromas: un abogado dice que conoce a su cliente y que "no toma estupefacientes ni los ha tomado nunca", a lo que repregunta el comisario: "¿Está ya estupefacto por sí solo?" No faltan el cocinero Enzo, ni Mimí, Fazio, Gallo (de refilón), Livia y sus llamadas de teléfono, el siempre grosero y malhumorado forense Pasquano, el fiscal imbécil Tommaseo, el periodista vendido Ragonese, el periodista veraz Zito, el jefe policial perplejo e ineficiente Bonetti-Alderighi€ Y no falta, el inefable Catarella, el hombre para todo de la comisaría: "Escúchame con atención. Quiero que busques el teléfono de la central de una empresa en Roma, IBM€", le pide Montalbano. Nuestro Cataré inquiere adónde tiene que ir tras buscar el susodicho número. El comisario aclara: "Cataré, no he dicho ´y veme´€ Es que la empresa se llama ´i-be-eme´ ". Es el Cataré que encuentra "La Divina con media" en un "mepetrés". Pero se profundizan las reflexiones: "El apoyo más o menos encubierto de la mafia a cierto poder político, por medio de algunos diputados y senadores con los que mantenía vínculos, le provocaba un desdén y una indignación que cada vez le costaba más reprimir. Y ahora estaban empezando a aprobar una serie de leyes que no tenían nada que ver con la legalidad. ¿En qué país se había visto que un ministro en ejercicio llegara a decir que había que convivir con el crimen organizado? ¿En qué país se había visto que un senador, condenado en primera instancia por estar en connivencia con la mafia, volviera a presentarse y fuera reelegido? ¿En qué país se había visto que un diputado regional, condenado en primera instancia, por haber ayudado a la mafia, fuera nombrado senador?" (págs. 62-63). Y el subsiguiente desencanto: "La prensa, esto es, la prensa escrita, no sirve para nada. Italia es un país con dos millones de analfabetos totales y un treinta por ciento de la población que a duras penas sabe firmar. Tres cuartas partes de los que compran el periódico sólo leen los titulares, que, con frecuencia, y eso es una costumbre estupenda muy italiana, dicen lo contrario que el artículo. Los pocos que quedan ya tienen formada una opinión y se compran el periódico que la refleja". Aquí habla el activista Camilleri, por boca de Montalbano. Porque el tiempo pasa y sus edades se acercan.

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