Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los suplementos de FARO

EL SÁBADOEl periodismo documental de Svetlana Aleksievich

La escritora y periodista, último Premio Nobel de Literatura, recorrió los territorios de los países que formaron la URSS para conocer los testimonios de las personas que vivieron ese cambio

El fin del "Homo sovieticus" - SVETLANA ALEKSIÉVICH - Acantilado

La historia de los grandes acontecimientos suele prescindir de las experiencias directas de las personas que sufren sus consecuencias. Los escritores españoles de la generación del 98 crearon el término 'intrahistoria' para referirse a esas vivencias que el curso de la historia oficial suele sepultar en el anonimato. Cuando en el tránsito de los años ochenta a los noventa del siglo pasado nos llegaban las noticias del desmoronamiento de la Unión Soviética, los europeos occidentales sabíamos de las iniciativas de Gorbachov y Boris Yeltsin, del golpe de estado de agosto de 1991, de las maniobras de los países que habían formado hasta entonces parte de la URSS, de las guerras que se fueron sucediendo como consecuencia del desmembramiento. Pero desconocíamos por completo cómo ese cambio estaba afectando a una población que había vivido más de setenta años bajo un régimen totalitario y ante la que de pronto se abrían escenarios de libertad, democracia y consumismo que no entendían y para los que posiblemente no estuviera preparada. La escritora Svetlana Aleksiévich, último Premio Nobel, recorrió los territorios de los países que formaron la URSS para conocer los testimonios de las personas que vivieron ese cambio, para narrar no los hechos sino los sentimientos, lo que comienza allí donde termina el trabajo de los historiadores. Sus voces pueden ahora escucharse en "El fin del homo sovieticus" (Acantilado), cuyo prólogo "Apuntes de una cómplice" es una de las mejores reflexiones sobre lo que significó la caída del imperio soviético.

A lo largo de más de 600 páginas, personas comunes que vivieron los años del cambio político desde sus casas, sus trabajos o los centros de enseñanza a los que asistían, cuentan sus historias, muchas de ellas dramáticas, sus ilusiones y sus frustraciones, ante aquella nueva vida que se les presentaba llena de promesas. Algunos están a favor de los cambios que llegaron con la Perestroika y otros añoran un mundo en el que todo era más fácil de entender a pesar de la falta de libertades y de la precariedad económica. En muchos conviven de forma simultánea la crítica al anterior régimen y el descontento por la deriva del actual.

El desencanto

Es asombrosa la identificación que nos suscitan algunas situaciones a quienes hemos sido testigos de una transición política. En los primeros años del posfranquismo, en España se habló mucho de "El desencanto", una película documental de Jaime Chávarri sobre la vida de la familia del poeta Leopoldo Panero, cuyo título quería representar la decepción que para algunos sectores de nuestra sociedad había supuesto la llegada de la democracia. Esa misma decepción es la que manifiestan muchos de los entrevistados por Svetlana Aleksiévich tras la caída del comunismo en la URSS.

Cuando Gorbachov inició la Perestroika, los ciudadanos soviéticos pudieron comprar por primera vez varios periódicos, que tiraban varias ediciones. Se vendían por miles los libros que habían estado prohibidos. Los telediarios tenían audiencias millonarias y se estrenaban películas secuestradas durante años. La gente acudía entusiasmada a mítines y manifestaciones y lo que hasta entonces había sido gris se volvió de repente multicolor: "Teníamos la sensación de vivir una fiesta. Parecía que estábamos a punto de emprender el vuelo", dice uno de los interlocutores. Pero la sensación de felicidad y euforia terminó de repente. Muchos se quejaron de que su patria se había convertido en un enorme supermercado lleno de bancos y tenderetes: "Éramos un pueblo lleno de grandeza y nos han convertido en un pueblo de traficantes, tenderos y gerentes? nos dejamos la vida levantando todo aquello que ahora se vende a precio de ganga o acaba en manos de bandidos". Aparecieron filas de ancianos pidiendo limosna en las calles, unas calles que la violencia callejera sembraba de cadáveres cada día. Los índices de suicidio alcanzaron las cifras más altas de la historia. El miedo llenaba las iglesias. La ley de la jungla había sustituido a la dictadura del proletariado.

Una de las primeras consecuencias de la llegada del capitalismo a estos países fue el cambio de valores que experimentaron sus sociedades: "Ahora si tienes dinero eres alguien; si no lo tienes no eres nadie. ¿A quién importa que hubieras leído todo Hegel?". Los maestros decían a los alumnos que olvidaran todo lo que les habían enseñado y que leyeran los periódicos. Los contenedores se llenaban con las obras completas de Lenin, que casi nadie había leído, y los intelectuales vendían sus bibliotecas a precio de saldo. Los museos y los teatros se vaciaron y se abrieron bancos, boutiques y joyerías.

Los anillos de brillantes ocuparon el lugar de los libros mientras los poetas cedían sus tribunas a los magos y los videntes. Los nuevos héroes eran los banqueros y los hombres de negocios, que llevaban americanas recién estrenadas y cadenas de oro colgadas del cuello.

Los verdaderos protagonistas eran ahora los gerentes de empresas, las modelos de pasarela y las prostitutas. Las revistas de papel couché sustituyeron a los clásicos de la literatura. Un adolescente ganaba más dinero lavando coches y vendiendo chicles que su padre, que era científico. Había colas kilométricas para comer en los Mac Donalds: "Antes, cuando nos reuníamos en torno a una mesa hablábamos de literatura, de teatro? ¿Y ahora de qué hablamos?. Pues de qué se ha comprado cada uno, del cambio de moneda?". Daba la impresión de que la nueva revolución consistía en un chalet y un coche para todo el mundo.

Vieja y nueva Rusia

El Gulag y los años de represión atenazaron durante décadas la movilización ciudadana contra el comunismo. A la llegada de la Perestroika nadie había olvidado los crímenes del estalinismo, las torturas, las grandes purgas del año 1937 ni cuando un chiste contra el régimen era castigado con diez años de reclusión sin derecho a correspondencia. Nadie olvidaba tampoco a la temida NKVD, la policía del régimen, responsable de los crímenes más espantosos. Eran conscientes de que con el socialismo la URSS fabricaba los mejores tanques de guerra del mundo, pero entonces no había detergente ni papel higiénico. Estaban orgullosos de haber sido los primeros en lanzar un hombre al espacio (Gagarin) pero no querían olvidar que entonces las tiendas estaban vacías. No querían volver a aquellos tiempos en los que alguien se subía a una tribuna y todos estaban obligados a aplaudir sus mentiras.

Un fiel militante comunista tuvo que soportar cómo se llevaban a su mujer, acusada falsamente de desviacionismo mientras a él lo expulsaban del Partido. Cuando volvió de la guerra con dos heridas y tres condecoraciones, le comunicaron que su mujer había muerto en los campos de trabajo pero que ya había sido rehabilitada: "Desgraciadamente no podemos devolverle a su mujer, lo que sí podemos es devolverle el honor, me dijeron. Me devolvieron el carnet del Partido". El mismo carnet que con la llegada de la Perestroika los comunistas comenzaron devolver masivamente o a quemar en piras comunes mientras confesaban que en realidad habían odiado el comunismo toda la vida.

Pero hay también un fuerte componente crítico que desea el regreso al comunismo, nostálgicos que lucharon por un poder de obreros y campesinos y que ahora ven su país en manos de bazares y cooperativas, exmilitantes que piensan que su patria se vendió por un puñado de chicles, tejanos, películas porno y cigarrillos Marlboro.

Algunos de ellos estaban incluso dispuestos a morir por la libertad, por un socialismo de rostro humano, pero no por el capitalismo salvaje que llegó con la Perestroika: "Yo soy uno de aquellos idiotas que defendieron a Yeltsin? que Dios perdone a ese delincuente".

Compartir el artículo

stats