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La búsqueda

"El cinéfilo" de Walker Percy, relato del intento de encontrar una salida a las rutinas vitales

El cinéfilo | WALKER PERCY | Alfabia

Walker Percy debutó tardíamente con El cinéfilo, libro aparecido en 1961. Fue en todo caso un estreno por la puerta grande. Su autor, que contaba entonces 45 años, ganó el National Book Award y, de la noche a la mañana, se convirtió en uno de los más reputados escritores del país. Nunca volvió a conocer un éxito parecido. Pero aún hoy, en el imaginario sentimental de la literatura norteamericana, El cinéfilo es una obra de referencia.

El cinéfilo tiene dos grandes protagonistas, uno colectivo, la ciudad de Nueva Orleans, y otro individual, su narrador y protagonista, el escéptico Binx Bolling. No es posible disociar la peripecia de Binx del ambiente de su ciudad, sobre todo porque la acción de la novela se sitúa en torno al Mardi Gras, ese Martes de Grasa que pone fin a las privaciones cuaresmales y desata el travestismo del yo carnavalesco. Ahí es donde conviene cifrar lo que Binx, de forma insistente, denomina "la búsqueda", su intento por encontrar una salida a las ocupaciones cotidianas, las rutinas del corazón y un tenaz malestar que condiciona cada una de sus palabras y cada uno de sus gestos.

Porque incluso "queda muy poco pecado en las profundidades del malestar", ese desencanto implacable, esa sensación de fatalidad que no es posible aplazar ni someter, no se encuentra muy alejada de la enseñanza que Percy coloca como exordio de su novela, la intuición de Kierkegaard según la cual la condición del desesperado es, precisamente, la de no ser consciente de su desesperación. Como si la tristeza de Binx, y con ella su frustración, la parálisis que domina su existencia, ni siquiera mereciera ser tenida por un asunto serio. Así se derrumba, quizá, no sólo un individuo, sino también una época.

Una época en trance de disolución, que en la Nueva Orleans posterior a la Guerra de Corea personifica la tía del protagonista, severa y lúcida, suerte de destilado de esas damas algo pomposas aunque siempre magníficas que pueblan las páginas de Faulkner, y cuya filosofía podría expresarse como un orgullo que va más allá de la raza, el credo o la política, y que se yergue sobre una tradición de valores llegados de un fondo oscuro y primordial, la idea, poco audaz aunque a ratos conmovedora, de que la tierra que pisa le pertenece.

Que Bolling sea incapaz de perpetuar los valores encarnados por su tía, que sus actos apenas se conviertan en otra cosa que en motivos para la ira y la decepción de la mujer que lo cuidó desde niño, no alcanza para juzgar con severidad al narrador. Tras la máscara de su cinismo, Bolling emociona por su desapego hacia los grandes fastos de la vida, por su ternura hacia los débiles y por su necesidad de las mentiras del cine, por toda esa herencia de una sangre confusa, marcada por la muerte prematura, que convierte esta rara, a menudo desconcertante novela, en el relato de una redención imposible, en el fondo no deseada.

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